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Ejemplar de oso en una image de archivo. En detalle, el presidente de la Fundación Oso Pardo. El Norte

«Los osos no se han vuelto más agresivos, pero son salvajes, no de peluche», sentencian desde la Fundación Oso Pardo

El presidente lamenta el accidente fortuito por el zarpazo de un plantígrado a una vecina de Asturias, pero insiste en que desde 1989 solo ha habido ocho casos

Pilar Gimeno

Palencia

Domingo, 6 de junio 2021, 08:04

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El desafortunado percance que una mujer de 75 años vivió el pasado lunes con un oso en la localidad asturiana de Sonande, en Cangas de Narcea, ha vuelto a avivar el debate en torno a la amenaza que entraña la convivencia con una las especies más emblemáticas de la fauna peninsular. El zarpazo alcanzó el rostro de la mujer y la lanzó al suelo, ocasionándole la rotura de la pelvis y su ingreso en un hospital comarcal y, aunque distinto por la forma en que tuvo lugar, recuerda al ataque que sufrió un vecino de Polentinos (Palencia) en marzo de 2018.

Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo (FOP), no quita importancia a este episodio, pero insiste en que se trata del primer caso acaecido en una comarca que concentra una de las mayores densidades de úrsidos del país y del octavo incidente contabilizado en toda la Cordillera Cantábrica desde 1989. «Lo ocurrido fue un encuentro totalmente súbito y accidental», subraya, «el oso se sintió amenazado por la proximidad de esta vecina». También apuntan los expertos que el oso estaría en celo, época durante la cual incrementa su actividad diurna y sus movimientos.

Este episodio se suma a la preocupación que han despertado algunos vídeos difundidos en redes sociales y en los que puede verse cómo ciertos ejemplares jóvenes merodean por las inmediaciones y calles de algunos pueblos de montaña en busca de alimento.

Los osos, subraya Palomero, «no han cambiado de comportamiento ni se han vuelto más peligrosos o agresivos». Sin embargo, añade, «hallan en nuestros entornos muchas fuentes de comida, contenedores de basura, fruta que ya nadie recoge... Los osos encuentran estos recursos y se aproximan a los pueblos. Cuando algún ejemplar hace esto o comprobamos que está en fase de habituación, se aplican medidas de disuasión», señala.

Los protocolos de actuación aprobados por las distintas comunidades autónomas, recuerda, barajan la posibilidad de intervenir con balas de caucho o pirotecnia para impedir que esas visitas se conviertan en un hábito recurrente. «Hay que hacer gestión con los osos, no hay que idealizarlos, son un recurso económico importante para los territorios, pero son animales salvajes, no son osos de peluche», afirma taxativo.

El responsable de la Fundación Oso Pardo cree imposible que puedan prevenirse los «encuentros fortuitos» y que estos, seguramente, serán casi siempre «excepcionales», pero confía en que la divulgación y la información sirvan para evitar otras situaciones de riesgo innecesarias. El encuentro con el oso, recalca, «es muy improbable. Tiene unos sentidos muy desarrollados. Nos detectan primero y se apartan, pero hay que saber lo que hacer y evitar que se aproximen a nosotros. Hay que manifestar nuestra presencia, hablarles suave.... Hay unas serie de pautas que debemos dar a conocer, aunque muchas son de sentido común».

Palomero también apuesta por huir de pronunciamientos alarmistas. «No deben interpretarse mal estos sucesos. Esto puede ocurrir con una jabalina con crías o con otros animales salvajes o domésticos». Asume que durante los últimos años hay un incremento de «usuarios de montaña», aunque recalca que es factible compatibilizar la conservación de la especie con las actividades ganaderas y recreativas. Contrario a incorporar nuevas restricciones en las zonas oseras, defiende una «regulación» ordenada. «Debe seguir habiendo presencia humana en esos territorios... Hay que tener ganado y el turismo de naturaleza y montaña es saludable. Tiene que haber buenas regulaciones. No se puede restringir ni el número de personas que visitan la montaña ni el tipo de actividades que se realizan, pero sí regularlas y puntualmente zonificar áreas de hibernación o de cría. Tenemos un ejemplo de ello en Somiedo. Hay experiencias que demuestran que es posible hacerlo correctamente», explica.

Tampoco cree que sea necesario aprobar y comercializar el uso de espray de pimienta anti-osos, muy extendidos en áreas de Estados Unidos, como Alaska, o Canadá. Pueden ser útiles, destaca, para esos profesionales, como guardas, investigadores o agentes del Seprona, que trabajan en contacto con el oso y cuya posibilidad de contacto con el plantígrado es «mil veces mayor», pero descarta que deba generalizarse su uso entre la población.

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Como responsable de la Fundación que está personada en la causa por la muerte a disparos de una osa en Ventanilla el pasado mes de noviembre, Palomero prefiere no hablar sobre este polémico caso, aún en curso judicial, pero asume que es «importante que haya protocolos escritos y bien conocidos por los agentes del medio natural y por los propios cazadores». «Creo que después de la experiencia de los últimos años, hay que reflexionar, y lo estamos haciendo conjuntamente para hacer la caza más compatible con la conservación. No vemos ninguna animadversión de los cazadores, sino ganas de hacer mejor las cosas. La actividad cinegética es legítima y viene muy bien para controlar las poblaciones de ciertos animales», añade.

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