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Cumplirá 96 años en 18 días y tiene claro que el positivo por covid que le anunciaron el jueves no le va a impedir celebrarlo porque asegura sentirse como «si no pasara nada». De esta manera afronta su contagio Sinesio Vega, un vecino del pequeño pueblo palentino de Pino del Río que se ha convertido en uno de los afectados por el brote registrado en su comarca, que ayer sumaba ya una veintena de positivos concentrados principalmente en el propio Pino del Río y en la localidad aledaña de Acera de la Vega.
Sinesio llegó a tener once hijos –ahora ya solo le quedan diez– y cuenta con una familia capaz de llenar un restaurante entero cuando se reúnen. De hecho, en celebraciones anteriores a la pandemia se llegaban a juntar más de cuarenta personas, pero la llegada del virus lo ha cambiado todo. Este año, Sinesio ha celebrado las fechas señaladas de las navidades solo junto a su hijo Fernando, con el que convive, pero todas esas precauciones han servido de poco. La covid se ha colado en la familia y la voz de alarma se dio cuando una de sus hijas arrojó un resultado positivo. En una familia tan extensa como esta, los contactos estrechos se empezaron a multiplicar y las labores de rastreo trabajaron sobre una lista muy amplia.
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La hija de Sinesio que dio positivo vive también en Pino del Río y acude a diario a la casa en la que viven su hermano Fernando y su padre. La familia sospecha que ha podido ser durante esos encuentros en los que se produjo el contagio, como apunta el propio Fernando. «En Nochebuena cenamos mi padre y yo solos, por prudencia, pero nos juntamos todos los días con mi hermana, que viene a vernos a casa. Ella siempre trae mascarilla y no sabemos cómo nos habremos podido contagiar. Ha podido ser cualquier cosa que hemos tocado», explica Fernando, que es uno de los cuatro positivos que se han registrado en su familia.
Por ahora, ni Fernando ni Sinesio han presentado síntomas que les hagan pensar que la covid les pueda complicar su cuarentena obligatoria, que guardan escrupulosamente en su casa de Pino del Río. Mientras Fernando por el momento solo ha notado un cierto picor en la garganta, Sinesio se mantiene sin presentar sintomatología. «Yo estoy exactamente igual ahora que hace cuatro meses. Pero me han dicho que lo tenía en la revisión que me han hecho después de que mi hija diera positivo», recalca este nonagenario al que la covid, a día de hoy, solo le ha afectado en el ámbito social. «El problema es que tenemos que estar aquí encerrados hasta el 17 de enero. Es una faena», señala.
La edad no ha sido nunca un impedimento para este hombre, y ahora tampoco lo es. «Yo tengo muy buena calidad de vida. Me levanto, desayuno y me hago la cama todos los días yo solo. Ahora no puedo salir porque tenemos que estar en casa, pero antes cogía y me marchaba a pasear con la mascarilla puesta. Cuando llegaba a casa, me quedaba esperando a que viniera el panadero, que es el que me trae El Norte de Castilla, que lo leo de principio a fin todos los días antes de comer», afirma.
Sinesio lleva casi 100 años haciendo de la supervivencia su oficio. Ha sido peluquero, aprendiz de obra, motril en una casa, vendedor, dueño de un bar, agricultor y hasta estraperlista para sacar a su familia numerosa adelante. Ahora, se enfrenta junto a su hijo a algo desconocido, pero la palabra miedo no forma parte de su vocabulario. «Yo no tengo miedo. Si viera que lo estoy pasando mal, a lo mejor sí que podría tener un poco, pero como no es el caso, no lo tengo», sentencia este hombre al que el estallido de la Guerra Civil le pilló en la escuela y que todavía recuerda aquellos panes negros y la leche en polvo que llegaba de los Estados Unidos.
Ahora Sinesio se enfrenta a otra guerra, una que se libra en su interior y que espera ganar para poder contar a sus tres tataranietos que ni una pandemia pudo con sus ganas de vivir. «Este bicho no me va a impedir cumplir 96 años», sentencia, para añadir poco después de un silencio un «espero». Y es que la vida ha demostrado a este vecino de Pino del Río que no hay verdades absolutas, aunque solo piensa en que la posguerra que le toque pasar ahora, tras librar la guerra contra la covid-19, sea menos dura que la que le tocó vivir hace 80 años, cuando el pan negro y la leche en polvo eran un manjar.
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