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Socorro Ortega, en su despacho del Ayuntamiento de Requena de Campos.
Vuelve la primera mujer diputada

Vuelve la primera mujer diputada

Socorro Ortega regresa a la Alcaldía de Requena de Campos, cargo que ostentó en 1973

conchi vicente-ical

Lunes, 27 de julio 2015, 12:35

Cuatro décadas después, Socorro Ortega se sienta en el despacho de la Alcaldía de Requena de Campos con el viejo y desgastado bastón de mando que ya había pertenecido a su padre, y que ahora está de nuevo muy cerca de ella ocupando de nuevo y después de media vida un cargo político. Vital, dinámica, afable y de edad inconfesable, esta mujer pionera en su tiempo y comprometida con los más necesitados fue la primera que en 1976 ostentó la responsabilidad de diputada en la Diputación de Palencia. Tres años antes se había convertido en una de las tres únicas mujeres alcaldes (que no alcaldesas, apelativo que se reservaba a las esposas de los alcaldes, matiza Socorro) de toda España. Su carrera política fue corta, seis años, pero muy intensa; logró despertar a los pueblos de la zona del letargo de la posguerra en el que todavía se encontraban sumidos, y consiguió arrancar el delantal de la cintura de la mujer rural para ayudarla a dar el paso hacia la modernidad que ya exigían las últimas décadas del siglo XX.

«Yo acababa de llegar de Canadá y había estado en otros países antes. Lo que me encontré fue un contraste cultural tremendo y decidí que tenía que trabajar para cambiar muchas cosas», relata Socorro. Por su mentalidad abierta y talante de entrega hacia los demás, fue nombrada por el entonces gobernador civil de Palencia, José María Rabanera, alcalde de Requena, un pequeño pueblo de estampa típica de la comarca terracampiñera palentina, donde entonces todavía vivían unas 60 familias y que estaba empezando a sufrir el éxodo de sus habitantes a las ciudades.

Con la ley de su parte

Su llegada a la Diputación se produjo tres años después cuando contaba 31 y no fue por designación, todo lo contrario, se encontró con un muro de negativas que solo su empeño aderezado con algo de suerte pudo derribar. «Vi en el Boletín de la Provincia que me podía presentar como diputada y se lo dije al gobernador, que me contestó que no porque ya tenía prometido cargo. Yle dije que la ley me amparaba y que lo iba a hacer porque yo quería luchar por los pueblos». Pese a contar con la ley de su parte, no logró entrar en la institución en ese momento, pero el diputado designado enfermó y dimitió dejando su escaño vacío para Socorro.

«Lo que más me gustaba como diputada era visitar los pueblos. Charlaba con la gente, me contaban sus problemas y luego hablaba con el alcalde y el secretario. Ahora es algo habitual, pero entonces no, y mucho menos que lo hiciera una mujer», recuerda.

De esos paseos recababa las necesidades de unos pueblos donde el tiempo parecía haberse detenido varias década atrás, para después trabajar por su modernización desde su responsabilidad en la Diputación. «Aunque en Requena había agua, en la mayoría de los pueblos no tenían y ese fue uno de mis objetivos: llevar el agua corriente a las casas», concreta.

También se propuso cambiar la imagen y la mentalidad de la mujer rural y desvincularla de ese concepto de «paletismo» que todavía existía sobre los pueblos. «Salían a la calle con el delantal hecho de los pantalones de pana de sus maridos y el pañuelico en la cabeza, y su única ocupación era las labores y los niños; les obligué a quitarse el delantal para ir a la compra, hablaba con ellas para tratar de cambiar su mentalidad y, por ejemplo, animé a muchas a que se sacaran el carné de conducir», recuerda.

Aunque asegura que son muchos los avances tanto en la gestión como en la actuación de las diputaciones que se han producido en estos casi 40 años y que su función es fundamental para los municipios del medio rural, reconoce que no le gusta cómo han evolucionado las retribuciones de los representantes políticos. «Nosotros cobrábamos 450 pesetas al mes que muchas veces no daba ni para pagar los gastos ocasionados por los desplazamientos, pero ningún diputado ni el propio presidente, Ángel Casas, quería ni oír hablar de subir los sueldos», alega.

«Nos tomábamos ser diputados como un servicio público hacia los demás y todo el dinero posible se ahorraba para los pueblos, hasta el punto de que cuando teníamos que interrumpir un pleno para comer, cada uno se pagaba su comida», agrega.

A pesar de ser la única mujer de toda la corporación en una época en que la que las féminas solo eran bien vistas ejerciendo como madres y maestras y que su incipiente incorporación a la vida pública y laboral levantaba más de una ampolla, Ortega asegura que fue bien acogida entre sus compañeros hombres. «Quizás porque había viajado y tenía una mentalidad más abierta, me escuchaban y tenían en cuenta mi opinión, aunque, claro, también hubo algunos detalles que no me gustaron», indica.

Hoy se siente orgullosa porque consiguió derribar un muro cultural y de prejuicios que dio pie a que otras mujeres ocupasen escaños en la Diputación hasta lograr alcanzar la presidencia, que en estos momentos ostenta la popular Ángeles Armisén. «Hemos avanzado mucho, pero todavía queda mucho por hacer. Han tenido que pasar 40 años desde que yo entrara en la Diputación para que una mujer llegue a ser la presidenta», sentencia.

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