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Asunción García Diez
Lunes, 24 de noviembre 2014, 11:19
Sin uso industrial ni agrícola y en un área ribereña, los terrenos de la antigua azucarera de Monzón se han convertido en una suerte de espacio natural con abundante vegetación herbácea y de arbolado junto al Carrión. La formación de pequeñas charcas, junto con las zanjas y taludes existentes, sirven de hábitat para gran variedad de aves y pequeños mamíferos, como conejos. La huras dejan también patente la presencia de topillos. Incluso las edificaciones que todavía quedan en pie sirven de refugio para la fauna, y así las cigüeñas han construido el nido en lo alto de la enorme chimenea de la fábrica. En un otoño propicio como este, también se ven algunas especies de setas.
El paraje ofrece el impactante contraste de las ruinas de los edificios industriales con el castillo sobre el cerro al fondo, y el de un espacio abandonado, pero con rica fauna y flora. En la zona quedan cascotes, restos metálicos de construcción, y hay quien utiliza el descampado para arrojar cubiertas de ruedas o deshacerse de enseres domésticos. Pero los residuos peligrosos se retiraron poco después del desmantelamiento, no sin que surgieran conflictos por la mortandad de peces a causa de vertidos al río, según recuerda el alcalde de Monzón, Mariano Martínez.
Éxodo y descenso de rentas
Ahora, la naturaleza empieza a ocultar las señales de un declive industrial con efectos sociales y económicos devastadores en Monzón de Campos y en los pueblos de la zona, que todavía persisten. El primer efecto en el pueblo fue el éxodo de los empleados de la fábrica. De los 90 trabajadores fijos que había, unos 65 fueron trasladados a azucareras de Miranda de Ebro, La Bañeza, Toro, Peñafiel, Jerez de la Frontera y La Rinconada (Sevila). Los otros 25 se prejubilaron, pero no fueron muchos los que se quedaron a vivir en el pueblo, entre otras razones porque las casas pertenecían a la empresa, de forma que la mayoría ya había comprado vivienda en la capital palentina, puesto que «en la azucarera se cobraba bien», indica el alcalde.
El siguiente efecto fue el declive del barrio. Con las viviendas vacías, el éxodo y el descenso de ingresos, se produjo el cierre de establecimientos y de la propia escuela. Más recientemente, cerró incluso la fábrica de cerámicas contigua a la azucarera. Inmediatamente, las consecuencias se hicieron sentir también en la economía y en la población del casco urbano de Monzón.
Buena parte de los vecinos de la localidad y de toda la zona compatibilizaban su actividad agrícola con la campaña de la azucarera. El cierre supuso un recorte de ingresos, y repercutió en los negocios de Monzón y de los pueblos de alrededor, particularmente en bares, restaurantes y empresas auxiliares, y a nadie se le oculta que también en los clubes de alterne.
Aunque la población ya había bajado de los mil habitantes antes del cierre, Monzón se ha quedado ahora con 638. Y el colegio, en el que hubo 500 niños, tiene ahora 82 alumnos. Al Centro Rural Agrupado, solo de Primaria, asisten escolares de San Cebrián, Amusco, Ribas, Manquillos, Valdespina, Fuentes de Valdepero y Husillos. «Pasamos de no querer oir hablar de la azucareza por lo mal que olía a a lamentar que cerrara», resume el alcalde de Monzón de Campos.
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