Zozobra

Por eso leo con atención los comunicados de sus representantes patronales y, hasta donde puedo, como y bebo fuera de casa aunque tenga que hacerlo vestido (en mi domicilio suelo estar en camiseta de tirantes y pantalón corto) y con mascarilla. Yo lo entiendo todo, pero su negocio se ha convertido en un lugar riesgoso, por más que se esfuercen en exhibir carteles asegurando que ellos «no son el problema, sino la solución».

Porque analicemos juntos, desocupado lector, qué establecimientos frecuentamos más a menudo: a las tiendas de ropa vamos lo justito para probarnos una prenda y vuelta a casa (incluso hay quien se la lleva y la cambia después); teatros y cines están cerrados o a medio gas; en el súper nos desesperamos si hay una cola de más de cinco personas, y algunos autobuses articulados llevan menos pasajeros que un taxi. Las iglesias, en fin, aunque apenas las visito, dudo mucho que estén a reventar.

No nos engañemos: nuestros encuentros con familia o amigos son los bares. Por eso entiendo la angustia de los dueños que también me afecta a mí: tanto, que hoy estoy angustiadísimo.