Todo llega en esta vida, que reza la dedicatoria de una de las fotografías de personajes del último siglo que jalonan las paredes del viejo ... Mesón de Cándido. Todo parece que vuelve a su ser, después de la desazón vivida de la que aún me rilan las piernas. Y la Canaleja también se apunta al regreso, a ver si logra drenar algún cerebro pesimista.
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Anduvimos estos meses entre el furor por el papel higiénico y las horas frente al televisor para desembocar al final de la escalada en los anhelos de cómo iba a ser el retorno y qué es lo primero que íbamos a hacer. Era como la noche del 21 de diciembre en la que soñamos cómo emplear ese pastizal que nos puede tocar.
A cada uno le habrá surgido un ansia por algo o alguien, que los deseos son legítimos, aunque no siempre legales o dignos. A Carpanta le gustaría hincar el diente al pollo con el que sueña y al buen segoviano, a un cochinillo. Como a la señora de un anuncio radiofónico de una compañía de seguros que me ha acompañado en los días previos a la gran desescalada. Preguntada por lo primero que haría, respondía que ver a su hija en Rivas Vaciamadrid «y lo segundo ir a comerme un cochinillo, el mejor del mundo, que ya tengo reservada la mesa».
Convendrán conmigo que no puede ser una vuelta a su ser más segoviana, incluido lo de Rivas, que ya saben que Madrid es el barrio más grande de Segovia. Para bien o para mal.
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