Consulta la portada de El Norte de Castilla
Jesús Ferrero

Vivir sin sentido

Las cosas sin sentido son el engranaje de la vida y el alimento del placer y la curiosidad. Su condición es pasar desapercibidas, hasta que, recientemente, el apestoso confinamiento las ha venido a recordar

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 22 de mayo 2020, 06:55

La primera impresión es negativa. Vivir sin sentido invita a ir desorientado por la vida, errante, sin causa ni finalidad. Así se pensaba al menos ... durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, bajo una mirada aún impregnada de existencialismo. Vivir sin proyecto y sin ser dueño de sus decisiones y casi de su destino, era tachado e incluso diagnosticado de neurosis existencial. Luego, con el paso de los años y las décadas, esa tensión fue decreciendo y la temporalidad se fue encogiendo en torno al presente, sin prestar tanta atención al diseño de uno mismo, a la autenticidad y al designio de cada uno.

Publicidad

Hoy, cincuenta años detrás, lo habitual no es tener proyecto propio sino que te proyecten los demás. Te proyecta la familia, el comercio y el capital. Ahora, gracias al algoritmo y el big data, el mercado conoce tus caprichos y jerarquiza tus gustos antes de que tú mismo te des por enterado. Te conocen, te identifican como un punto estadístico, te anticipan y te ofrecen en venta lo que saben de antemano que te gusta o te va a gustar. Incluso si entras en Tinder, ansioso de sexo, compañía o amistad, el sistema va a filtrar las ofertas de pareja seleccionando a tus afines en primer lugar, pues conoce sobradamente tus apetencias e inclinaciones –supongo que hasta tus secretos–. Todo ello para que no pierdas el tiempo y fidelices la aplicación por su acierto y comodidad. Llegará un día en que saldremos a la calle y los escaparates, ya virtuales, nos irán ofreciendo lo que queríamos comprar. Lo harán antes de que sintamos el anhelo de hacerlo para que resulte todo más natural. Y a eso lo llamaremos «qué casualidad, estaba pensando en ello», o «me gusta un montón lo que acabo de encontrar».

Pero vivir sin sentido no es sólo ese precipicio de indolencia o transparencia total. Consiste también en un esfuerzo heroico de no interpretar y de renunciar a dar sentido inmediato a cuanto hacemos. No es imprescindible embadurnar de significación todo lo que tenemos entre manos. Algunas de las cosas más satisfactorias e importantes no tienen ninguna proyección. Nacen y mueren en sí mismas, sin explicación.

Lo que solemos llamar «pequeñas cosas» pertenecen a esta categoría. Su excelencia reside en que no sirven para nada ni admiten explicación. Un puñado de arena, el ruido de las ramas al son del viento, el voceo de un pavo real, una mirada cautivadora de alguien que cruza a nuestro lado o el amable saludo del tendero nada más pagar, nos pueden servir de ejemplos. Valorar lo que no tiene valor, tanto como utilizar lo inútil, es una de las condiciones más importantes de eso que, sin saber bien lo que decimos, llamamos «saber vivir».

Publicidad

Las cosas sin sentido son el engranaje de la vida y el alimento del placer y la curiosidad. Su condición, salvo en pequeños relámpagos, es pasar desapercibidas, hasta que, recientemente, el apestoso confinamiento las ha venido a recordar.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad