El virus mutante y su vacuna
Creer que Xi Jinping, Biden o Putin han urdido un plan para controlar los cuerpos y las almas de los seres vivos en connivencia con Pfizer o Janssen, es una certidumbre ridícula en la que muchos creen
Mientras las mesnadas de bañistas se entregan estos días en las playas al vicio estival de contemplar el mar y mudar el color de su ... piel, los epidemiólogos oficiales miden la evolución de la cuarta ola. Ni las Olimpiadas niponas y el silencio de sus estadios logran aquietar el desasosiego universal de la pandemia, circunstancia que canta la monótona escaleta del telediario. Ha pasado año y medio desde que sonó la primera alarma, pero nadie se hace cargo de curar la impaciencia, también zozobra, que el virus galopante provoca en la ciudadanía. En ese escenario confuso colmado de palabrería y escaso en certezas, se ponen a prueba a escala mundial los métodos más adecuados para cortarle el paso, y el grito de quienes denuncian un proyecto oculto de los poderosos: obligar por ley el suministro de la vacuna. Crece la protesta en varios países de la Unión Europea, a veces con una violencia insospechada, en nombre de una libertad individual que ni el peligro de muerte puede justificar según sus promotores.
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Las noticias de tal insurrección colectiva del bando negacionista, multiplicadas por los redes sociales, cruzan la línea del debate científico e invaden la disputa puramente política. He aquí una muestra del vocabulario reflejado en esa querella cotidiana: libertad, dictadura, nazis, gulag, apartheid, resistentes, policía política… Cuando esas palabras son sacadas de su argumento original, caricaturizadas con obscenidad y arrancadas del contexto histórico en que se generaron, lo peor de esa violencia se hace otra vez probable. La jactancia de los tertulianos televisuales, que denuncian día y noche su libertad preterida si la ley les obligara a vacunarse, contrasta con su confesión inmediata de haberlo hecho, aunque justificándolo con la clandestinidad de su vida privada.
Los juegos peligrosos entre virus y vacuna pasados por un tamiz político de conveniencia, el de salvar una libertad individual que no está amenazada, ponen de manifiesto la miseria de esos debates deletéreos y viscosos. Algunos gobiernos europeos, el italiano y el francés entre otros, tienen preparado ya el llamado Pasaporte verde, cuyo uso entrará en vigor dentro de dos semanas. Ese documento certificará la prueba de que una persona vacunada del covid-19 tiene menos probabilidades de contagiarse o transmitir el virus que quien no ha recibido una vacuna. Ese muro de legalidad tiene una justificación evidente: el Estado tutela la libertad de quienes no desean vacunarse, pero no puede amparar la de quienes pueden poner en peligro la salud de los demás.
Los negacionistas de la pandemia, (partidos políticos, lobbys, iglesias, sectas y herejías) intentan dar marcha atrás a la historia con la misma fórmula de esas instituciones dispuestas siempre a la conspiración, como contó Umberto Eco en su novela 'El péndulo de Foucault'. En una de sus más brillantes intuiciones, el escritor italiano demostró cómo los individuos suspicaces del complot permanente creen que el mundo cambia guiado por las acciones y las opiniones de los poderosos (El Plan de acción), que ellos difunden con gran éxito gracias al formidable influjo de las redes sociales. Esa actitud del individuo obediente a La Causa ha existido siempre, y explica porqué las organizaciones que se oponen a las vacunas del coronavirus y al Pasaporte Verde ganan la batalla en las Redes, pero sólo se oyen en la calle cuando logran hacer valer su protesta con escenas violentas aptas para el telediario.
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La Historia demuestra que los planes malvados cambian al mundo sólo cuando fracasan. Hitler y Stalin lograron llevar a cabo sus nefastos proyectos; creer que Xi Jinping, Biden o Putin han urdido un plan para controlar los cuerpos y las almas de los seres vivos en connivencia con Pfizer o Janssen, es una certidumbre ridícula en la que muchos creen. Es preocupante que algunos científicos se avengan a ser instrumentalizados para cobrar renombre, alimentando así su carrera mediática hacia la popularidad. La vacuna no es ni de derechas ni de izquierdas, como lo demuestra el absurdo de que los activistas antisistema se mueven en varias direcciones cuando pregonan su negación de ser vacunados. En esta época de tantas invenciones es difícil aceptar que la pandemia de la covid-19, una más en la historia de la humanidad, ha trastocado la economía, la convivencia y hasta la felicidad del mundo entero. La solución alternativa a ese azar fatídico no es un hipotético plan imaginario de quienes gobiernan el mundo.
En su novela más esotérica, 'El péndulo de Foucault', Umberto Eco demostró que en ese enredo de historias fantásticas, narradas por el editor y vendedor de sueños Garamond en lenguaje esotérico, no existe El Plan Diabólico, sino La Causa Inmediata de cuanto acontece y nutre el complot de buenos y malos. En la fábula de Eco, el Plan de los Templarios y la peste eran plausibles, mas nunca reales. Quizás ese mismo equívoco está siendo aprovechado por el clero (imanes, rabinos, canónigos) que intenta convencer a quienes dudan de la oportunidad de la vacuna contra el Covid-19. Del mismo modo que Umberto Eco recuperó en su novela La Causa como único elemento de la realidad, los jefes religiosos de nuestros días entretejen las sagradas escrituras con los hallazgos de la ciencia y logran así combatir la desinformación colectiva disipando a los mitos. Algunos de ellos ceden sus iglesias, sinagogas y mezquitas como recintos de vacunación, una experiencia aparentemente equidistante entre el bien y el mal, el cielo y la tierra. Dios está en todas partes, pero exige siempre el pasaporte de la fe.
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