La vida de las palabras
Crónica del manicomio ·
Salinas comentó que habíamos perdido la Edad de Oro en la que se escribía sin fatiga, como quien habla, para entrar en un periodo donde el escritor, incluso en sus más inspirados ratos, se esfuerza y se cansaLas palabras tienen vida, eso lo sabe cualquiera y hay mil ocasiones de comprobarlo. Pero no me refiero a una peripecia meramente lingüística, ajustada al ... estudio de filólogos y hablistas, sino a una auténtica vida humana. Viven y respiran como nosotros. Nacen, se reproducen y mueren como cualquier mamífero o el más minúsculo microbio.
Se ha dicho que en la Antigüedad clásica las palabras pertenecían a las cosas como una propiedad más. Igual que poseía forma, volumen y color, un jarrón también incluía su nombre como una cualidad particular. Las palabras no pertenecían a una lengua que se encargaba de designar y enhebrar mentalmente unas cosas con otras, sino que formaban parte de la realidad. Prácticamente se las veía y se las sentía sobre su objeto, aunque solo fuera con los ojos y oídos del alma.
En la modernidad, en cambio, esta hermandad ha desaparecido. Las palabras y las cosas se han separado y cada una ha encontrado refugio en sus dependencias propias. Se muestran como dos sistemas separados que estamos obligados a coordinar.
Las consecuencias se dejan ver en muchos campos. Uno, en el de la escritura, que se ha vuelto más complicada por el forcejeo que exige casar el escrito con la realidad que detalla. Las cosas ya no ceden sin más sus palabras para que el escritor las incorpore a su texto con comodidad, sino que este necesita esforzarse para dirigirse a las cosas y significarlas con la lengua que ostenta. La capacidad para escribir se ha distanciado de la de hablar, que sigue siendo una actividad más suelta y espontánea, menos manufacturada. Pedro Salinas comentó que habíamos perdido la Edad de Oro en la que se escribía sin fatiga, como quien habla, para entrar en un periodo donde el escritor, incluso en sus más inspirados ratos, se esfuerza y se cansa. Pocas personas son capaces hoy de escribir como hablan. Aunque hay excepciones, como la que se me viene ahora a la cabeza en la figura de María Bolaños, que conserva incólume esa virtud clásica.
Otra consecuencia la observamos en la locura. El enajenado de hoy es víctima de la emancipación de las palabras, que, si bien gozan de los beneficios de la vida libre y la independencia de los hechos, también tienen que apechar con fragilidades y decaimientos que repentinamente les asaltan. Un alienado mental, tal y como ahora se presenta en sus formas más alteradas, es una víctima de la rotura de las palabras. Llamamos esquizofrénico al sujeto que se divide y rompe, haciendo pedazos su identidad, pero más bien habría que reconocer como tal a quien se le fragmentan las palabras y no sabe qué hacer con esa metralla verbal. Cuando la lengua estaba cosida a la realidad hasta ser loco era más fácil. Ahora hay que contar con que algunas palabras, sin pedir permiso ni avisar, se rasgan, se escacharran, emigran o levan anclas sin más.
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