El viaje es el mensaje
Fuera de campo ·
La necesidad de apostar por las energías renovables es clara. Pero procuremos no dispararnos al pie. No perdamos de vista que la barquita de Greta perfectamente pudo naufragarEl viaje, por descontado, es el viaje de Greta Thunberg. Y ella misma es la que ha explicado que con su travesía en catamarán por ... el océano Atlántico quería mandarle un mensaje al mundo. Y dar testimonio de que la lucha contra el cambio climático es perfectamente posible y que es una cuestión de voluntad.
Pero nuestros actos no siempre proclaman lo que pretendemos. O no solo. Los textos, también los que escribimos con nuestro comportamiento, terminan hablando solos. Y a veces incluso nos llevan la contraria; así de insolentes son. Y el viaje de Greta habla por sí mismo. Y lo que nos dice es que han sido necesarios 21 días para recorrer un trayecto –entre la Costa Este de Estados Unidos y Lisboa– que en avión hubiera requerido poco más de uno.
El entusiasta seguimiento informativo de la aventura nos ha permitido saber, también, que el viaje no ha estado exento de riesgos, pues un catamarán es una embarcación excesivamente frágil para surcar un mar con oleajes intensos y corrientes marinas poderosas. Quizás como consecuencia de ello, hemos conocido que Greta llegaba a Lisboa destrozada, con vómitos y náuseas, con más ganas de descansar que de agitar conciencias. Finalmente, sabemos que, pese a todos sus esfuerzos, su viaje no ha sido limpio. En el océano ha sido necesario usar los motores auxiliares de la embarcación. Y el viaje en tren Lisboa-Madrid tampoco ha sido inmaculado.
De modo que el mensaje del viaje de Greta nos habla, desde luego, y lo hace desmintiendo, en gran medida, el simplismo demagógico de la naveganta. Si el viaje es el mensaje, lo que nos está diciendo el suyo es que la lucha radical contra el cambio climático tendrá consecuencias prácticas importantes en nuestra vida cotidiana. Una de ellas: adaptarnos a modos de transporte más inoperantes e inseguros que los actuales. Quienes demandan con entusiasmo cambios imprecisos, despreocupados de las consecuencias, deberían reflexionar con calma sobre este viaje testimonio. Y es que, en realidad, cuando nuestros políticos nos anuncian una transición ecológica tranquila y justa lo que en realidad están haciendo es exorcizar su temor de que en realidad esa transición no pueda ser ni tranquila ni justa. Los retos son grandes, y las dificultades, reales. No es sólo cuestión de voluntad.
Quizás por eso cuatro de los cinco principales productores de CO2 del planeta (EE UU, China, Rusia y la India) no participan en la Cumbre del Clima de Madrid. Frente a la machacona propaganda bienintencionada y buenista –al tiempo que notablemente inconcreta– que nos golpea a diario, los gobiernos responsables saben que, a la hora de la verdad, ninguna sociedad va a estar dispuesta a sacrificar su presente en nombre de un futuro que, digan lo que digan, en realidad, no sabemos a ciencia cierta cómo será. Eso no significa que no pase nada, ni que no haya que actuar. La necesidad de apostar por las energías renovables es clara. Pero procuremos no dispararnos al pie. No perdamos de vista que la barquita de Greta perfectamente pudo naufragar.
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