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Lunes, 16 de septiembre 2019, 21:44
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No sabría decir si ahora hay más o menos acosadores en las escuelas que cuando yo estudiaba en Cristo Rey. En cualquier caso, lo que está claro es que actualmente son varios los organismos que se ocupan de sacar a la luz este problema y apuntar posibles soluciones. Desde la Cruz Roja a la Unesco, pasando por las Ampas y las asociaciones profesionales de educadores, los ayuntamientos y consejerías de educación intentan ponérselo más difícil a los hostigadores. Aún así, las cifras de alumnos vejados por los chulos y abusones aseguran que uno de cada tres ha sido agredido físicamente en alguna ocasión. Y lo que es más grave: casi todos coinciden en que el acoso se gesta en la etapa de educación de críos de cinco o seis años, según revela la Asociación Mundial de Educadores Infantiles.
No soy consciente de haber maltratado a ningún compañero de aula, aunque el hecho de ser miope no me libró de convertirme en 'el gafotas' de la clase, apelativo que no me importaba porque gracias a ellas veía estupendamente el encerado. Cuando me dieron la primera colleja por esa incapacidad apliqué el llamado 'estilo Maruquesa', que consistía en coger el canto más grande del patio y tirárselo al maltratador. Cualquier cosa menos volver a casa llorando. Desde entonces, todo ha cambiado mucho: tanto, que en mi cole, los verdugos no eran mocosos de pantalón corto sino tíos grandones con tonsura y sotana que daban palizas a diestro y siniestro. Malditos sean.
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