Tomar medidas
Crónica del manicomio ·
«Cabe sospechar que quizá todo lo que vamos construyendo, conociendo o imaginando sobre alguien, viene ya condicionado por la primera impresión»Con «tomar medidas» no me refiero a las cautelas necesarias para hacer frente a algún acontecimiento perjudicial. Aludo, más bien, a la tarea que nos ... ocupa cuando nos disponemos a tomarle la medida a cualquiera. Es lo que sucede tras conocer a alguien, darnos la mano y mirarnos de cerca. Desde ese instante obtenemos una primera impresión sobre el tamaño, las heridas y la apertura o cerrazón del alma de nuestro interlocutor, que en general tiene poco de provisional y mucho de definitiva. Porque, aunque luego le lleguemos a conocer más profundamente, y valoremos las costuras de su deseo, la figura de sus creencias y el grosor de su verdad, e incluso, si tras un periodo más o menos prolongado, enriquecemos la información y corroboramos algunos datos, la mayor parte de las veces volvemos a ratificar la impresión inicial.
Lo más frecuente es que la conclusión última venga a confirmar la primera. De tal modo que un destino circular nos somete y nos da pie ahora a sacar a colación alguna de esas expresiones con que se justifica la gente resabiada: «ya lo había dicho yo», «ya me parecía a mí»; «si las primeras impresiones no engañan». Un recorrido de ida y vuelta, por lo tanto, que tiene algo parecido a como si, con el paso del tiempo, empezáramos a desnudar a las personas de todos los trajes que les hemos ido poniendo mientras les tratábamos, y cayéramos repentinamente en la cuenta de que a la gente hay que medirla desnuda, o como recomendó Séneca a su pupilo Lucilo, «sin peana». Desnudos y a ras de suelo, sin sumar sus méritos ni subirlos a una grada.
Cabe sospechar que quizá todo lo que vamos construyendo, conociendo o imaginando sobre alguien, viene ya condicionado por la primera impresión. Somos siempre esclavos de una idea inaugural que descubre el molde, la arquitectura y la condición del recién conocido. Un juicio directo e intuitivo que acaba siendo más adecuado que ningún otro porque carece de contenidos y se funda simplemente en el continente de la persona y en su diseño formal.
Pero cabe reconocer que este acierto, esa coincidencia final entre opiniones distantes, proviene también de un filtro personal que nos impide rectificar, que ve siempre lo mismo y se dispone mal respecto a la novedad. Vemos buenamente lo que podemos ver y esa visión queda petrificada desde el primer momento y, pese a todos los rodeos posteriores de la opinión y del conocimiento, acaba coagulada en el mismo lugar.
Tomamos medidas, pero no cambiamos de metro. Nos da igual que midamos la cintura, la sisa, el contorno de pecho o el largo de rodilla, al final, centímetro arriba, centímetro abajo, confirmamos la talla del primer encuentro y apenas rectificamos el punto de vista. Es cierto que a veces cambiamos de criterio, e incluso acabamos pensando lo contrario, pero a la postre no es muy distinto el resultado. En cuestiones humanas los opuestos se dan fácilmente la mano.
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