Tiempos de revolución
La crisis del covid-19 ha roto el equilibrio institucional de la ONU que ha regido a la institución desde hace setenta años
Mientras los inmunólogos del mundo entero avisan de que apenas están viendo la punta del iceberg, los economistas se esfuerzan en analizar la profundidad de ... la catástrofe, a la que ya ni siquiera se atreven a poner nombre. En tiempos revueltos y a falta de certezas, es bueno aprender la lección de la historia, maestra del mundo y de la vida. Desde su atalaya africana, Agustín de Hipona asistió tembloroso y profético al derrumbe del imperio romano. Todo cuanto acaeció tras el saqueo de Roma por los bárbaros, ruina de edificios, incendios, pestes y miserias marcó, según él, un tiempo nuevo en la historia humana. No es probable que del coronavirus aflore la utopía de un mundo feliz, pero es seguro que, una vez más, los malabaristas de las redes sociales yerran en sus augurios apocalípticos.
Cien días después de que la bomba viral estallara en algún lugar recóndito de China, los epidemiólogos descubren con sorpresa los nuevos mecanismos de la fulminante expansión de la pandemia, cuyo velocidad de contagio difiere de las hasta ahora conocidas. En los hospitales, los médicos piden más tiempo para determinar los protocolos que han de salvar a sus pacientes hacinados en las unidades de cuidados intensivos. Y los economistas proyectan con escaso fundamento en sus previsiones el quebranto de la riqueza, el derrumbe de la producción y el deterioro del comercio que la pandemia está provocando a escala mundial. «Si usted no está aterrorizado por covid-19 tanto como por sus consecuencias económicas, sólo se debe a que no está prestando atención», afirma en su columna semanal del 'New York Times' el premio Nobel de Economía Paul Krugman.
Ante esa creciente incertidumbre, los científicos de la sanidad y los expertos en economía se entregan a un ejercicio de humildad y piden una prórroga para dar con la solución acertada a tantos interrogantes que el 'virus de Wuhan' deja tras su rastro letal. Sobre esa vacilación universal que alimenta el magma de la opinión pública, los dirigentes políticos se enfrentan a un vendaval cuyo desenlace tiene escasas certezas. Del silencio de los laboratorios no sale rumor alguno que certifique el hallazgo de las armas necesarias para derrotar a la pandemia. Si por un azar poco probable no se acorta el plazo de los virólogos en busca de tratamientos y vacunas, la epidemia que está cobrando centenares de miles de muertos rebrotará después de verano. Ninguna otra pandemia había sacudido al mundo con tal intensidad.
Los líderes políticos juegan en la cuerda floja la batalla mediática de su difícil gestión puesta en entredicho porque su dosis de humildad y sinceridad aparentes para justificar el fracaso de sus decisiones niega su credibilidad. Ellos siguen amarrados a la vieja política del asalto o la permanencia en el poder, un espectáculo de partidismo a ultranza, despechado, injurioso, insultón y grosero. Causa sonrojo la farsa de los protagonistas del 'tú peor', sin más letra e intención que la del incendio para asegurar la permanecer en el poder o alcanzarlo a cualquier precio, lanzarse el asalto del castillo con desprecio a las instituciones democráticas.
En los días pasados de esta larga reclusión domiciliaria que padecemos (¿o quizás gozamos?) millones de ciudadanos, se ha producido la primera gran brecha provocada por la crisis sanitaria a escala mundial: se ha roto el equilibrio institucional de la ONU que ha regido a la institución desde hace setenta años. La gestión de la epidemia ha puesto en evidencia la arbitrariedad de la Organización Mundial de la Salud, controlada desde su núcleo presidencial por el gobierno de China. «La OMS ha fracasado en su deber más básico y debe rendir cuentas», denuncia Donald Trump en su declaración de guerra a la agencia de la ONU que no avisó del peligro mundial y de la importancia de la pandemia.
El gobierno de Pekín, responsable del contagio, mantiene su mutismo a la hora de dar cuenta de los detalles y se permite la veleidad de revisar al alza el número de víctimas mortales: 4.632 en todo el país de 1400 millones de habitantes, es decir, una tasa de mortalidad del 0,0033 por mil. La tasa de mortandad a escala mundial cuando la pandemia no se ha propagado es de 0,024 por mil y 0,1 en la Unión Europea.
A pesar de que esos números son aleatorios, el 'milagro chino' esconde otra mentira. El régimen comunista, que borró de los libros de texto la matanza de los opositores en la Plaza de Tiananmén, sigue vendiendo falsedades a sus ciudadanos para consumo interno (la eficacia en atajar la propagación del coronavirus) y exportando material sanitario chapucero a precios de mercado capitalista especulativo. Es grotesco contemplar cómo un régimen despótico está ganado con sordina esa batalla de la propaganda, y lo seguirá haciendo hasta que sus dirigentes no incuben el temor al desmembramiento de su feudo en la OMS, cuando se cree una agencia internacional sostenida por los países democráticos que decrete el uso universal de la vacuna. China anuncia la aplicación en fase de prueba de ese medicamento y sólo su generosidad improbable podría evitar el ajuste de cuentas.
La sociedad del bienestar que conocemos y la estructura de la economía mundial que la sostiene no sobrevivirán. Terminará la pandemia porque sabemos que ninguna peste es un castigo divino, la economía se recuperará lentamente y la democracia ha de ser defendida. Los regímenes despóticos y sus «comandos de vanguardia antiepidémicos con la bandera del partido ondeando en la primera línea» abordan los desastres con mayor efectividad. «¿Quién podrá salvarse si Roma perece?» – se preguntaba Agustín de Hipona. Las revoluciones no siempre son sangrientas.
Noticia Relacionada
Comienza la jornada bien informado con nuestra newsletter 'Buenos días'
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión