La segunda vida de 'Poca Chicha'
«Cuando Mendoza pernoctó por aquí, en Villanubla había cereal, como ahora, y un aeródromo militar que hoy es también aeropuerto»
En su discurso en la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Eduardo Mendoza dijo que tuvo la suerte de nacer y criarse rodeado de ... libros y de personas que le leyeron en voz alta. A la vez renegó de una educación «estricta, tediosa y opresiva», que le hizo construirse un poco a la contra, como suele ser habitual, y salir «vago, malgastador y un poco golfo, cosas malas que fueron buenas para escribir novelas». Tras reconocer el valor de la herencia, el escritor añadió que algo también había puesto de su parte para recibir el galardón: escribir historias. Mencionaba también en Oviedo a su Barcelona, como la ciudad conservadora y entrañable de sus abuelos y a la vez la ciudad «portuaria y canalla». Los lugares, como las personas, palpitan con dos corazones como mínimo. Todos, salvo algún loco exclusivo, transitamos por el lado normal y otras por el salvaje, como Lou Reed. Mendoza, nacido en una familia burguesa, se recuerda como golfo y vago, pero, si lo fue, pudo recorrer ese camino y el inverso. Esa es una diferencia principal entre unas clases y otras, la cantidad de barras de vida que puedes consumir en caso de necesidad.
En uno de sus libros, 'Tres vidas de santos', cuenta la historia de un preso, Antolín Cabrales, un ratero de poca monta, como él mismo se define. De casualidad comienza a leer novelas como un cosaco, gracias a buenas lecturas que le proporciona, sin demasiado entusiasmo, una profesora que llega al penal. Antolín tiene una mente especial, que capta con la frialdad de la inteligencia artificial los pilares sobre los que se construye la narrativa. Su clarividencia irrita a la señorita Fornillos, la profesora: «El siglo de las luces está de puta madre», resume; «Rayuela es ingenioso, pero no me convence», sentencia. Cuando sale con la condicional empieza a escribir sus propias novelas, que con el tiempo le salen como churros, y con tanta brillantez que lo encumbran como autor del momento.
El argumento, podríamos decir, es improbable, pero no imposible. En realidad, los sucesos que se publican cada día están hechos de la misma materia: son raros, pero a veces ocurren. Las vidas normales no son así, son bastante sosas, como dice Mendoza de la suya propia, por lo que se niega a publicar una autobiografía. Si lo hiciera, seguro que recogía aquello que contó en alguna de sus visitas a esta tierra. Que había hecho la mili en Valladolid, en Villanubla, y que por eso cuando le llegaban noticias de aquí, en su mente saltaba como un resorte «A sus órdenes».
Cuando Mendoza pernoctó por aquí, en Villanubla había cereal, como ahora, y un aeródromo militar que hoy es también aeropuerto, pero no se había construido la prisión. En el mismo término coinciden viajeros, presos y páramos. Justo así, Desde el páramo, se titula una revista especial, construida y editada desde la cárcel de Valladolid. Cada número se dedica a un tema: Música entre la niebla; Educación entre la niebla; Libros entre la niebla. Los que allí viven respiran dentro de esa niebla doble: la de fuera, que no levanta desde el otoño, y la que llevan dentro, el paréntesis en medio de su vida en libertad. En las páginas de la publicación aparecen textos firmados con nombres o siglas. Algunos son de los propios reclusos, otros de educadores o personas que trabajan con ellos y, salvo que haya alguna referencia concreta, no es fácil saber quiénes los escriben, porque la mente vuela.
Ser libre no es disfrutar de patente de corso, sino tomar decisiones y ser responsable de sus consecuencias. Hay una parte exclusiva de cada persona, determinante tanto para los premios como para las condenas. Pero no se puede olvidar que no todos tienen la suerte de que les lean libros de pequeños. En el relato de Mendoza, Antolín Cabrales escribe una carta de agradecimiento a su monitora: «Yo estaba destinado a seguir este camino hasta el más triste de los desenlaces, si el encuentro casual con la literatura no hubiera abierto una grieta por la que pudiera salir a un mundo mejor...». Y el propio personaje matiza, con esa ironía tan propia de Eduardo Mendoza: «Pero el éxito se debe a un malentendido. Soy el mismo pazguato de entonces». Porque él sigue siendo el 'Poca Chicha', como cuando estaba en prisión. Ni más, ni menos.
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