Enamorado de la moda
«Toda la vida renegando de los Santos para acabar con un crucifijo colgado. Bienvenidos a la fe. Lo que dure, claro»
Qué trajín el de las víctimas de las modas. Todo el día pendientes de lo que se lleva y de lo que no; de cómo ... deben maquillarse, peinarse, vestirse, perfumarse… Todo marcado rígidamente por las tendencias. Hasta la alimentación está sujeta al hoy y al ahora. Que si chía, que si magnesio, que si fuera hidratos y lactosa mal. Y lo peor es que lo mismo mañana 'alguien' dice que eso ya no y hay que cambiar todos los hábitos alimenticios, el corte de pelo, la anchura de los pantalones y hasta la forma de limpiar la casa. Y de golpe. Piénselo, agotador.
Y no hablamos de las cosas del pensar. Qué contrariedad para alguien ateo de toda la vida que ahora una artista como Rosalía se disfrace de monja en la portada de su último disco y de pronto uno tenga que hacerse místico y espiritual porque sí, porque es lo que se lleva. Toda la vida renegando de los Santos para acabar con un crucifijo colgado. Bienvenidos a la fe. Lo que dure, claro.
No hay duda de que la moda exige flexibilidad, capacidad camaleónica y bastante desmemoria para no sentirse ridículo ensalzando con la misma vehemencia los pantalones de tiro alto y los de tiro bajo con meses de diferencia. Porque la moda, además de vestirse, se defiende con uñas y dientes.
Siempre alerta, siempre pendiente, siempre a la última. Qué tensión. Aunque, claro, pensándolo bien, igual sólo hay que fijarse modelos y ya. Ya sabe, elegir a unos gurús y repetir cual papagayos —perfectamente vestidos, peinados, alimentados y pensados, eso sí— la doctrina que ellos nos vayan marcando. Ciertamente exige menos trabajo propio y menos dolor cuando uno se resiste a calzarse los pantalones pitillo frente al ejército más 'cool'. Sólo hay que coger el camino marcado vigilando la linde, eso sí. No sea que se acabe y… Ya sabe.
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