Contra el suicidio, la amistad
Crónica del manicomio ·
La prevención del suicidio que se plantea en la actualidad nos hace repudiar la superficialidad de los argumentos que se emplean, tan propios de este tiempo virtualDurante estos últimos meses se ha hablado con tanta frecuencia sobre el suicidio, que tan alta coincidencia obliga a sospechar de una campaña orquestada o ... en un contagio psíquico. Me quedo con la primera posibilidad. Se ha dedicado al suicidio el día de la salud mental, se programan planes contra él, se escriben artículos sobre su incidencia y su mal, tantos y tan seguidos que todo presagia la comercialización de algún medicamento nuevo que sea capaz de vacunarnos contra semejante enfermedad.
Tal y como están los tiempos, pronto se diagnosticará a la gente de riesgo suicida, sin necesidad de que haya pensado en ello, y se le prescribirá el psicofármaco conveniente. Nos intentarán convencer de que conviene prevenir y prestar una atención temprana a semejante plaga, pues, como se sabe, hay que coger las cosas a tiempo y prevenir las recaídas. No se nos preguntará qué nos sucedió para abandonarnos a semejante tentación, quién dejó de querernos o en qué barro nos hundimos, sino que se dictaminará que primero nos cogimos una depresión y después, tontamente, nos agarramos un suicidio. Este es el nivel científico que ha adquirido la psiquiatría contemporánea. A cada sufrimiento, su diagnóstico, y a cada diagnóstico, su específico.
Qué lejos de estas opiniones queda una orden francesa de 1670 que condenaba a muerte a los suicidas frustrados, por cometer un «crimen de lesa majestad divina y humana». Es curioso cómo cambian los pareceres y los criterios a lo largo del tiempo. Si se publicara esta orden ahora, aunque no se llevara a la práctica, muchos cambiarían de idea. Cualquier tentativa suicida, más o menos sincera, de esas que hoy inciden sobre los servicios de guardia, sería puesta en manos de las autoridades para que ejecutaran por su cuenta el deseo del paciente. Eso si que es agarrar el problema por los cuernos y poner a salvo la autoridad de Dios y del Rey, justamente dolidos por tanta arrogancia.
No menos curiosa es la visión de normalidad que nos transmite Montesquieu cuando, tras su visita a Inglaterra, observó que «los ingleses se matan sin que se pueda imaginar ninguna razón determinante; se matan en el seno mismo de la felicidad». Observación, algo jocosa, que viene a recordar a los estudiosos actuales que hay suicidios patológicos, como aquellos en los que el suicida se arrepentiría a poco, y suicidios normales, en los que el suicida aplica una suerte de eutanasia psíquica cuando su vida pierde definitivamente sentido y se convierte en un saco de dolor.
La prevención del suicidio que se plantea en la actualidad nos hace repudiar la superficialidad de los argumentos que se emplean, tan propios de este tiempo virtual, y nos recuerda que no hay mejor prevención del suicidio que la amistad bien llevada. Recétese, por lo tanto, un buen amigo y olvídense de enfermedades y terapias.
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