Ibarrola

La sombra

«Los amigos deambulan próximos a esa sombra, los amantes más cerca aún, pero ninguno accede a esa estancia donde ni uno mismo se atreve a entrar»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 9 de octubre 2020, 06:54

La sombra que proyectamos en el suelo es un compañero feliz que ni se espanta ni se aleja. Es un testigo silencioso que lo sabe ... todo de nosotros pero que no cuenta nada. No tiene luz ni palabra. Es un confidente fiel y discreto que nunca falla.

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Tomamos medida de su importancia si percibimos bien a las claras que perder la sombra es una doliente desgracia. Supone que nos hemos vuelto transparentes y que la luz nos atraviesa sin deformación ni obstáculo en su marcha. En realidad, sin ese colgajo negro no somos nadie. A lo sumo nos convertimos en alguien abandonado y posiblemente siniestro. En el cuento de Chamisso sobre el hombre que vendió su sombra –'La maravillosa historia de Peter Schlemihl'–, el protagonista es rechazado en todas partes en cuanto advierten lo que le pasa. Sin sombra, es condenado a la soledad, al desprecio y a vivir como un vagabundo exiliado en su propio país. Al fin y al cabo, no hay vida común posible cuando no se puede hacer sombra a cualquiera.

Es curioso que las cosas en principio más inútiles y que pasan desapercibidas ganen tanta importancia cuando faltan. Quien iba a pensar que sin sombra estuviéramos desnudos y solitarios. Qué triste es decir de quien sea que ya no es ni su sombra. O afirmar de algunos, más paranoicos, que desconfían hasta de su sombra. O pensar de algún amigo que se vuelve sombrío debido a su mala sombra, pues hay sombras buenas y sombras aciagas.

A la sombra merece la pena cuidarla como si fuera un ángel custodio que nos acompaña, diligente y piadoso. Es un bien preciado que nos sigue o nos precede, según nos vaya. Ante algunos individuos conviene llevarla por delante, para ponerlos a nuestra sombra en cuanto podamos, especialmente si intentan dominarnos o malmeternos, pero a otras personas, más afectuosas, dejamos que las dé toda la luz para verlas en toda su honestidad y belleza.

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Ahora bien, la sombra no acaba en los pies, pues en cuanto puede tiende a agarrarse también a la cabeza. En el interior de cada uno hay una zona sombría, secreta, que guardamos como oro en paño. Esa sombra que absorbemos, que se prolonga por las entrañas del alma, nos es tan necesaria como la externa. Es el hueco que permite al resto de las piezas mentales entrar en juego y articularse unas con otras sin perecer compactadas. El espíritu es una inmensa cajonera que necesita estar despejada para que podamos abrir y cerrar a gusto los cajones llenos de ideas.

Además, sin esa pieza oscura, ciega incluso para nosotros mismos, la vida social no es posible. Quienquiera que reciba y acepta a otro en compañía, y no digamos en intimidad, necesita ese refugio oculto para esconderse de la mirada tensa y curiosa de los demás. Los amigos deambulan próximos a esa sombra, los amantes más cerca aún, pero ninguno accede a esa estancia donde ni uno mismo se atreve a entrar. No conviene saberlo todo ni empeñarse en averiguar.

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