Sobrenatural
«Todo lo reducimos a errores y torpezas, pero no hay pecados ni castigos. ¿Se trata de progreso o de decadencia, de mística o de empiricismo?
Entre el sinfín de estudios sobre la pandemia –la mayor parte de ellos destinados al vertedero de la memoria–, llama la atención la ausencia del ... argumento hasta ahora principal. Ninguno se hace eco con suficiente convicción, al menos en esta orilla del Atlántico, del elemento de castigo que acompañaba en el pasado a cualquier dolencia.
No me refiero a la venganza del cuerpo por nuestros malos hábitos o de la naturaleza, maltratada y enferma, que renuncia a protegernos, sino de un escarmiento sobrenatural. Nadie parece pensar ya con seriedad en el pecado y la cólera divina como origen de la enfermedad. La Sodoma en llamas del presente no se lleva.
Todo está hoy en día tan secularizado que cuando la explicación de la ciencia no alcanza o no nos da la gana aceptarla, preferimos echar mano de la teoría conspirativa, la del enemigo permanente o sobrevenido que intenta hacernos sufrir o eliminarnos a la chita callando. Y ante semejante reducción, facilona y provinciana, es obligado hacerse algunas preguntas con calma. ¿Nadie piensa ya en el diablo? ¿Tan pronto lo hemos olvidado? ¿Hemos derrocado en verdad al príncipe del mal que reinó durante siglos?
Quizá este destierro de Satán forme parte del progreso de la humanidad o quizá, por qué no, su desaparición consista simplemente en un prejuicio pasajero, pero su eclipse actual llama la atención. Ahora que tanto necesitamos limpiar, desinfectar y no contaminar, resulta que el recurso a algún demonio que nos obligue a purificar está de más. La purificación es una tarea desacreditada. Pocos son los que hoy en día dedican un tiempo al examen de conciencia y a la consiguiente enmienda depuradora. Pero limpiarse por dentro no es una dedicación estéril y para llevarla a cabo cabe ayudarse de algún Pedro Botero que esparza pecados a diestro y siniestro. Lo curioso, y digno de un estudio más delicado, es que muchos psicóticos la mantienen como una tarea necesaria a la que se entregan con ahínco y silencio. Quizá por ese motivo, dicho sea de paso, antiguamente se los suponía endemoniados.
Si ya no creemos en la providencia divina ni en los malos humores de Dios, ni tampoco creemos en la concurrencia astrológica que dirige nuestro destino como una fatalidad, el peso de los hechos aparece como una condena gratuita y sin agente causante a quien poder reclamar.
Lo que la epidemia ha vuelto evidente, no por sí misma sino por los recursos explicativos con la hemos digerido, es que el capitalismo nos ha vuelto tenderos y ha estrujado nuestro cerebro hasta hacerle perder cualquier resto metafísico. Todo es físico, vendible, digital y algorítmico. Todo lo reducimos a errores y torpezas, pero no hay pecados ni castigos. ¿Se trata de progreso o de decadencia, de mística o de empiricismo? El cielo se nos ha caído encima y nos ha encontrado sin demonios, sucios y desvalidos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión