La sabiduría a destiempo
Crónica del manicomio ·
«Cuando mejor conocen las reglas y trampas de la vida, cuando se han abarrotado de experiencia, resulta que se han hecho merecedores involuntarios de alguna pensión y han sido condenados a permanecer en el ángulo muerto de las cosas»Hay una frase de Erasmo que me dispongo a aprovechar. Dice así: «Nada hay más insensato que una sabiduría a destiempo, ni nada más ... imprudente que una prudencia fuera de lugar». Me quedo con la primera parte, pues la segunda suscita otro comentario diferente.
Lo primero que pienso sobre la frase –y supongo que lo último también– me sugiere que el saber es inoportuno en cualquier circunstancia. El conocimiento está siempre fuera de lugar. O se anticipa o se retarda. Cuando llega demasiado pronto, toma la delantera y obliga a que la lectura de la vida empiece por el final. Hay quien está condenado a conocer de antemano el argumento y el desenlace que ha de producirse en cuanto intenta actuar. No tiene margen para la sorpresa, el descubrimiento o el azar. Estas personas consiguen el adelanto mental –o, mejor, lo padecen–, bien por un don natural, por una inspiración que no acertamos a comprender, o bien como producto de una infancia tormentosa que les ha hecho madurar antes de tiempo y crecer por encima de su edad.
En cualquier caso, su clarividencia no es un saber saludable, por mucha que sea su inteligencia o su simple habilidad. Su acierto no da seguridad. Saber lo que se debe de hacer o lo que ha de pasar en cada momento, o al menos en los más importantes que nos acontecen, ahoga la vida y rompe con la ilusión y la esperanza. Sin el auxilio compasivo de la duda y sin el socorro de la abnegada incertidumbre somos presa fácil de la melancolía.
En este apartado, lógicamente, no hay que incluir a los que, sin pruebas, alardean de haber anunciado, previsto o presagiado los hechos ya sucedidos. Esa estirpe de personas, también incluibles en la erasmiana «sabiduría a destiempo», ejercen la sabiduría a toro pasado, y se valen de una frase irritante y presuntuosa que heredamos de la infancia: «Ya te lo había dicho yo».
En el otro extremo del destiempo están los que llegan siempre tarde al conocimiento. Los que maduran lento. A estos sujetos les crecen los dientes cuando ya no pueden masticar. Cuando mejor conocen las reglas y trampas de la vida, cuando se han abarrotado de experiencia y su margen de error está en retirada, resulta que se han hecho involuntarios merecedores de alguna pensión y han sido condenados a permanecer en el ángulo muerto de las cosas. Poseen el saber, pero ya no les sirve para mucho. No tienen donde aplicar su ímpetu. Reciben lisonjas y gentilezas en abundancia, pero no pueden acceder al combate social. Y sin lucha la vida se vuelve insípida.
De un modo u otro, el conocimiento usa su intempestiva presencia para desprenderse de nosotros. Nos necesita para crecer. Solo para crecer. Luego intenta darnos la espalda y no volver a coincidir con su portador. Condenada a presentarse a destiempo, la sabiduría, la más de las veces, no acierta a sacarnos del atolladero ni a darnos tranquilidad.
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