Ruidos
«El político convierte las palabras en ruido y el psicótico transforma en palabras los sonidos. Los ruidos del psicótico enseguida le van a decir algo, pero los propios del político nacen para fomentar la incomunicación»
Hay dos experiencias humanas que cursan con abundantes ruidos. Una compromete a la política y otra a la locura. Aunque parezcan lejanas están muy cercanas ... entre sí. Ambas se encuentran inmersas en una acción molesta que rechina y no deja oír.
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En principio, sus orígenes son muy distintos. El ruido de la política es un sonido artificial y deliberado. No representa el fracaso de una comunicación sino el intento de confundir y no decir nada con algún propósito secundario. Bien sabemos que, para no decir nada, basta con gritar o hablar muy alto, como también cabe repetir eslóganes trillados o dedicarse a acusar e insultar al contrario. En medio de ese cisco es difícil escucharse y mucho más arduo decir algo objetivo. La posibilidad de llegar a algún acuerdo en semejante ambiente queda anulada por el estruendo, cumpliendo así la secreta voluntad del chillón cuando decide romper como sea con la comprensión. Es curioso el gusto de reunirse para gritarse y confundirse, como si se pudieran trasladar así los tambores de Calanda a un lugar muy distinto.
Los ruidos que asaltan la locura son muy diferentes. Para empezar, los sufre sólo quien los escucha y no los ciudadanos que le acompañan. Los ruidos de la locura son personales, individuales y exclusivos. Los oye el alienado y nadie más. Esas voces, que experimentan tantas personas en momentos de mucha angustia, no son sonidos en sentido estricto sino trozos de lenguaje que han quedado desperdigados y suenan al buen tuntún en el interior de la cabeza, mucho antes que en los oídos. No son sensoriales sino lingüísticos. En este aspecto los ruidos psicóticos también se contraponen a los políticos, que renuncian a entenderse transformando las palabras en meros sonidos sin más significación que el desprecio, a veces el odio y siempre el sinsentido. El político convierte las palabras en ruido y el psicótico transforma en palabras los sonidos. Los ruidos del psicótico enseguida le van a decir algo, pero los propios del político nacen para fomentar la incomunicación y estorbar el discurso. La diferencia más radical consiste en esto, en que el loco intenta evitar la soledad creyendo que le hablan, en tanto que el político, seguro de tener compañía, quiere romper en dos la palabra del enemigo.
Lo que en cierto sentido tienen de común es que ambos procesos causan dolor. Suceden por imposición. Pero en la locura el causante es desconocido o producto de la imaginación del enajenado, mientras que en la política el promotor es ese representante social que decide dar voces en nuestro nombre. Fabricar palabras para evitar la soledad es un signo inequívoco de astucia y dignidad, pero acudir a un parlamento para no parlar es la vergüenza nacional y el declive de lo público.
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