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Resaca de indignación

Resaca de indignación

«Los penúltimos desencuentros (electorales) en España han establecido una distancia emocional entre los partidos políticos y la ciudadanía que rebasa, con mucho, los límites de la paciencia»

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Jueves, 19 de septiembre 2019, 07:29

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Mi abuela María Figueroa solía recurrir a una frase-sentencia para describir esas situaciones en las que crees que eres tú el que mandas y no te das cuenta que, en realidad, llevas las de perder: «'¡Mundo, mundo, que te como!' y era el mundo el que se lo comía a él». Los penúltimos desencuentros (electorales) en España han establecido una distancia emocional entre los partidos políticos y la ciudadanía que rebasa, con mucho, los límites de la paciencia. Ojalá no se equivoquen nuestros representantes públicos interpretando como conformidad o indiferencia lo que es una sorda indignación ante estos meses de vacuo e irresponsable maniobrerismo. Casi medio año de imposturas negociadoras y de tactismo para la galería. Atrezo para la función.

Como advirtió Sófocles hace más de veinte siglos, «una mentira nunca vive hasta hacerse vieja». Las tormentas secas son las más explosivas. Cualquier cuerda se rompe si se estira demasiado. Confirmado el desenlace de estar abocados a las cuartas elecciones generales en cuatro años, creo que la impresión más extendida es la de que los españoles hemos sido tangados, convertidos en ratones de laboratorio para que aprendices de brujo experimenten con nosotros, en vez de con gaseosa.

Y no por requeteprevisible, el resultado deja de ser menos indignante; al contrario. Se extiende la percepción de que los intereses partidistas y personales se anteponen al interés de las instituciones y de España. Ya pueden dedicarse los gabinetes y las empresas de propaganda a dorar la píldora, a elaborar el 'relato' que quieran: la evidencia de que aquí cada una de las fuerzas políticas representadas en el Congreso ha ido 'a las suyas' es más clara que la ley de la gravedad. Una obviedad que cae por su peso.

Lo que resulta de verdad inquietante es observar desde el patio de butacas al prestidigitador equivocando los trucos y persistiendo en los errores. Si se repasan estos últimos meses de 'teatrillo político' la impresión dominante entre la ciudadanía bienintencionada es en primer lugar de desánimo, después de aburrimiento y finalmente de indignación. Pronto se vio en la formidable comedia de enredo que cada uno iba a las suyas, y todos a disimular. Aunque el grado de responsabilidad –personal, política y constitucionalmente– no es el mismo, claro está, entre aquellos a quienes les corresponde un papel protagonista y esos otros a quienes las urnas asignaron un papel secundario. Pero lo cierto es que ninguna fuerza política, por activa o por pasiva, ha resultado mínimamente convincente, sincera en sus estrategias, desde una perspectiva de responsabilidad general; es decir, desde posiciones de generosidad incontestable para los intereses del conjunto de España.

En caso de ser cierto, como se ha repetido tantas veces, que el votante vota antes para 'castigar' que para 'premiar', que se guarden algunas marcas políticas de los 'idus de noviembre', porque el castigo –vía abstención o vía cambio de siglas– puede ser traumático. El marxismo de Groucho dispone de una fórmula para resumir dicha encrucijada con uno de sus mandamientos: «Surgiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cimas de la miseria». ¿Algún apuntador toma nota del mensaje?

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