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Dos chicos de la cantera se afanan para secar la zona más encharcada por las goteras del pabellón Pisuerga. Mar García
La Platería en llamas

La heredera

«Esa cubierta que hoy se deja atravesar por los chubascos fue recibida por el actual gobierno municipal hace ya un ínterin notable de dos años y un tercio del tercero»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 5 de noviembre 2025, 07:11

Sale la concejala Mayte Martínez en su propia defensa para justificar que el bochorno nacional de las goteras en el pabellón Pisuerga, con ... suspensión de partido incluida, ha sido fruto de una situación heredada. Tiene razón. Esa cubierta que hoy se deja atravesar por los chubascos fue recibida en herencia por el actual gobierno municipal hace ya un ínterin notable de dos años y un tercio del tercero. Añadiremos que lo hizo oportunamente y al instante junto con el resto de las instalaciones del mismo complejo deportivo: las gradas, los vomitorios, los vestuarios, los lavabos, el gimnasio, la sala de musculación, la de cardio, la de prensa y, por supuesto, la cancha.

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Pero no debiéramos dejarlo ahí. Aquel mismo día, heredó también el equipo de gobierno presidido por Jesús Julio Carnero la gestión, el mantenimiento y la custodia de los accesos urbanos al recinto y el control de las líneas de transporte público que paran ante su puerta; incluso el puente que salva el Pisuerga para llegar al barrio de Arturo Eyries y la arboleda que lo circunda.

Podría asegurar nuestra concejala de Participación ciudadana y Deportes que a sus manos de gestora municipal llegó el lote completo, recibido asimismo en herencia por el gobierno municipal de Óscar Puente hace diez años; idéntica remesa en líneas generales que hace treinta años recibió en las suyas el gobierno de Javier León de la Riva.

Si de herencias recibidas hablamos, habrá de admitir nuestra concejala que el Polideportivo Pisuerga puede heredarse de corporación en corporación desde su inauguración, en 1985, porque Tomás Rodríguez Bolaños logró construirlo entonces para albergar un campeonato mundial de gimnasia rítmica en su estreno y para cubrir el resto de sus días la necesidad de una ciudad que solo contaba con el pequeño y limitado pabellón de Huerta del Rey para simultanear las competiciones ligueras de baloncesto y balonmano.

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Esa costumbre de hablar solo de la herencia recibida para dispensar alguna desatención en las urgencias de la gestión propia es un gesto pueril en el ámbito privado, pero habitual y consentido en la cosa pública. «Mi padre me dejó un caballo flaco y una deuda con el patrón», escribió Rulfo que decía Lucas Lucatero para excusar su mala sombra.

Aunque no solo cabe lamentar la actitud defensiva y elusiva de un cargo público –allá cada cual–. También olvida Mayte Martínez –como hace prácticamente el conjunto de la clase política salvo contadas excepciones– que, en efecto, todas las realidades asumidas por un cargo en cuanto lo promete o lo jura son heredadas. Tanto las buenas como las malas, las consumadas y las pendientes, las urgentes y las apacibles.

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No hay en Valladolid persona ajena a la herencia de cuanto han hecho y deshecho las generaciones anteriores. Heredamos una Colegiata demolida y una Catedral inconclusa. Heredamos un canal de Castilla y un Puente Mayor. Heredamos un ferrocarril a las afueras y unos barrios construidos a toda prisa más allá de su trazado. Heredamos un sinfín de disparates arquitectónicos durante el desarrollismo y un Museo Nacional de Escultura; una Seminci, una Semana Santa y una sequedad sinigual. Incluso heredamos un convenio de integración.

Y acaso se deba recordar –no solo a Mayte Martínez, sino al conjunto de la corporación municipal– que cuanto hay en la ciudad, bueno y malo, excelente y vulgar, reciente y pendiente, no ha llegado a sus manos en concepto de herencia recibida, sino de testigo en este relevo que trasciende generaciones. Y sobra decir que Mayte Martinez ha de saberlo todo sobre carreras de relevos. Entre otros detalles, que está feo hablar mal de quien nos pasa el testigo y culparle de nuestros tropiezos.

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