Mikel Casal

Quemar etapas

«Hoy las consultas de psicólogos y psiquiatras no se llenan como antes de gentes traumatizadas por sus deseos y su moral, sino por personas inconsistentes, blandas y a medio cocer»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 23 de abril 2021, 08:56

El tiempo se estira y se encoge como un acordeón. Va y viene, se alarga o se acorta, pero unas veces lo hace a su ... capricho y otras se somete obediente a nuestra decisión. La expresión de «dar tiempo al tiempo» anuncia la voluntad de dejarlo a su aire y favorecer que las cosas maduren de modo natural. El consejo en principio parece sabio, aunque no siempre hay que cederle una confianza total. A veces conviene adelantarse y atajar. Así pensaba Séneca, por ejemplo, poco amigo de la espera y de no resolver las cosas de un modo inmediato y racional. En una de sus cartas, en las que se dirige a su discípulo Lucilio, por entonces entristecido por la pérdida de un amigo, le recrimina con rigor estoico que «más vale reemplazar a un amigo que llorarlo». Y, por si fuera poco, le conmina a recuperar el ánimo mediante una frase que se ha hecho célebre por su severidad: «Sobre el fin del duelo, quien no lo pone en la voluntad lo encuentra en el tiempo. Pero es cosa vergonzosa para el hombre de buen juicio que el remedio de la tristeza sea su propio cansancio. Prefiero que dejes al dolor a que él te abandone a ti».

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No sabemos qué pensaría Séneca si hoy viera a su discípulo recurrir a un libro de autoayuda, visionar algún tutorial antidepresivo o acudir a la consulta del psicólogo para tratarse de dominar. Quizá despertara su curiosidad el hecho de que su pupilo no recurriera ni al tiempo ni a la voluntad sino a la comercial ayuda de los demás. Probablemente pensaría que cualquier tiempo pasado fue mejor y que los hombres no habían hecho otra cosa, a lo largo de los siglos, que incrementar su dependencia y su vulnerabilidad. Y se vería sorprendido cuando descubriera que muchas de estas personas que se ven atrapadas en un duelo, sin encontrar la puerta de salida ni haber elegido la de entrada, son sujetos que han quemado etapas. Individuos que por exceso de frío o calor familiar no han madurado a tiempo, sino que han acelerado su crecimiento y han sido precoces sin proponérselo.

Lo que sí sabemos, con Séneca o sin él, es que la fruta que madura pronto no sabe a nada y se pudre antes de tiempo. Y que, al contrario, si madura demasiado tarde, como tiende a ser hoy la regla general, pasa lo mismo. En ambos casos crece un ser insípido que enseguida se ablanda y vive sin presentar batalla, bajo un armisticio continuo. Quizá pensara que este es precisamente uno de los males de la identidad contemporánea. Hoy las consultas de psicólogos y psiquiatras no se llenan como antes de gentes traumatizadas por sus deseos y su moral, sino por personas inconsistentes, blandas y a medio cocer. Ni se llenan de locos alienados y sin sentido de la realidad, sino de sujetos que compaginan el pensamiento profundo con la fragilidad. Hoy dominan los enfermos de la temporalidad, los que han quemado etapas, y quedan condenados a madurar antes de tiempo, o los que no acabar de madurar.

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