La posesión
«Hay quien piensa que la progresiva desaparición de esta creencia universal, de esta figura diabólica y al tiempo religiosa, nos ha arrojado en brazos de la locura individual que llamamos esquizofrenia»
La locura de los hombres es fruto de la posesión. Nos volvemos locos por la ambición de tener, acumular y coleccionar bienes, ya se trate ... de objetos, que valoramos con torpeza al margen de su utilidad, o de personas, a las que necesitamos para poder mandar o esclavizar. Todos los excesos humanos giran en torno de la esclavitud y la propiedad. La locura, la auténtica locura, la locura común y general, no es nada más que un exceso posesivo. Esta es una idea incuestionable, exacta, perfecta.
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Pero la locura también afecta a la pasión inversa, a la creencia o impresión de sentirse poseídos. En este campo se muestra más cruel, desnuda y radical. Somos locos, individualmente, no en general, en tanto nos sentimos gobernados y nos creemos manipulados por algo o por alguien. No se trata en este caso de la exuberancia de poseer sino de la exageración de creerse dominado y poseídos. No consiste en adueñarnos de cosas sino de sentirse tratado como una cosa.
Hasta hace pocos años todas las personas, con contadas excepciones, se sentían guiadas, perseguidas y conducidas por seres espirituales, que en la cultura cristiana identificábamos como ángeles o diablos. La creencia en el demonio, en una potencia extranjera y maléfica que enturbiaba nuestra conducta y nos procuraba la condena eterna, ha sido una constante psicológica.
Hay quien piensa, precisamente, que la progresiva desaparición de esta creencia universal, de esta figura diabólica y al tiempo religiosa, nos ha arrojado en brazos de la locura individual que llamamos esquizofrenia. Carentes de un dominador común, que nos igualaba ante el Mal, los más frágiles y solitarios han tenido que inventar, a título particular, una historia llena de ideas y voces denigrantes que los acompaña allá donde van. A la postre, un loco es quien renuncia a la locura general, a la tentación de poseer, y se conforma con sentirse poseído en su imaginada realidad. En cierto modo se es loco individual por no creer como todos en Lucifer y sustituirle por un vecino que nos vigila y envenena. Y se es loco en general por creer en el mismísimo Satanás. Es curioso, pero visto con perspectiva histórica, quien estaba llamado a engañarnos, tentarnos y conducirnos a la condena eterna, resulta que al tiempo nos salvaba de la locura individual y nos socializaba mezclándonos con la locura de los demás.
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Esto que acabo de decir como si tal cosa es un descubrimiento de última hora. Este hallazgo se justifica por los treinta años de trabajo en un manicomio que llevo a mis espaldas. Es el regalo que debo a los pacientes desde que decidieron darme el alta. Se lo adeudo. Debo ofrecérselo porque los profesionales con los que ahora hablan han perdido casi por completo el conocimiento de estas cosas espirituales y fían todo a las causas cerebrales. Cuánto mejor harían si, en vez de comulgar con tanta ciencia, negociaran más a menudo con el Príncipe de las Tinieblas.
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