Pensar
«El mayor respeto que le debemos a nuestro tiempo, tan generoso en lo virtual, es no dejarnos engañar por las apariencias»
Si algo distingue a un loco de quien, como yo, aparenta no serlo, es la obligación de pensar qué pesa sobre el primero. En eso ... consiste el secreto de su sinrazón y el motivo de nuestro error, pues ante sus ideas inusuales creemos que el loco no piensa, piensa poco o lo hace mal.
Los prejuicios nos ciegan. El pensamiento no degenera en el camino que va de la cordura a la locura, como creemos. Al contrario. Si alguien piensa más y con mayor intensidad, ese es el loco, el denostado personaje que hoy sucumbe aturdido por la psiquiatría y sus medicamentos. Un cuerdo piensa poco si le comparamos con ese vecino desquiciado que observamos reflejado en el mismo espejo. No sé si, a la hora de pensar, el loco es más cumplido que el hombre cabal. No me atrevería a sostenerlo, pues es difícil definir y reconocer el buen pensamiento, pero sí creo saber que lo hace desde más hondo, más de verdad, con mayor necesidad.
Si para abundar en el problema, escojo libremente entre los «pensamientos» de Pascal, viene a cuento elegir uno de ellos: «El hombre está hecho para pensar. En esto radica toda su dignidad y todo su mérito». Y lo cito para publicar y reconocer que nadie lleva tan lejos su dignidad pascaliana como el psicótico. En general, la sociedad solo le entiende en la medida en que piensa desviado o como al revés, sin atreverse en cambio a destacar su victoria sobre la razón y su entrega abnegada al pensamiento.
La psiquiatría, que pasa por ser la ciencia más ducha y preparada en estas cuestiones, ignora en la práctica realidad la excelencia del alienado y dedica su tiempo a corregir el saber de sus pacientes. Y como, ante esta afrenta intolerante, el loco demuestra una resistencia numantina y no cede su verdad ni bajo tortura, se ha dedicado en muchos casos a destruirla con una terapéutica abusiva.
La psiquiatría primitiva encerraba a los locos para no oír sus ideas, y la de ahora los anestesia con psicofármacos, según Antonin Artaud, por pura envidia. Sea como fuere, nos cuesta mucho admitir que ningún loco lo está del todo y que en su interior compagina dos mundos distintos que nosotros no acertamos a concordar. Ese es su mérito y su habilidad, como también es el origen de su desdicha, es decir, de su sufrimiento y de la condena de soledad que padece.
Todas las locuras son como la de don Quijote, que fue «un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos», según leemos en el capítulo XVIII de la segunda parte del llamado 'inmortal texto'. O si preferís, se asemejan a esos silenos con los que Alcibíades compara a Sócrates en el 'Banquete', feos por fuera, pero deslumbrantes de luz y belleza en su interior.
El mayor respeto que le debemos a nuestro tiempo, tan generoso en lo virtual, es no dejarnos engañar por las apariencias. La locura, pese a su rígido engranaje, siempre es incompleta y combina muy bien con la sabiduría y la seriedad.
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