Peatón de librería
Crónica del manicomio ·
«Se ha comparado el hábito a la lectura con cualquiera de las múltiples dependencias que sojuzgan a las personas hasta conducirlas a la muerte o a la felicidad. Pero entre todas, ninguna se le parece tanto como la adicción sexual»Soy de ese grupo de peatones que visita las librerías de la ciudad con el mismo fervor con que acude a un museo, una iglesia ... o un paisaje romántico. Las librerías ofrecen un placer particular. Los libros esconden entre sus hojas una satisfacción carnal. Un libro es un fetiche distinguido, un travesti disfrazado que oculta en su interior la verdad. Al sostener un libro apreciamos enseguida su sensualidad. Nada más cogerlo se le acaricia para sentir la encarnadura y la calidad de su piel. Luego se le huele despacio, tratando de evocar un cuerpo conocido y, finalmente, cuando ya estamos seducidos, se despliega impúdico ante nosotros para empezar a imaginar lo que allí está escrito.
Durante estos meses de pandemia han regresado a las librerías los visitantes tradicionales. Han vuelto aquellos lectores apasionados que no van a coger un libro concreto, sino a ser cogidos por el libro que como agudo conocedor les espera escondido. Entre coger y ser cogido hay una diferencia ostensible. La misma que separa al lector ocasional o por necesidad del adicto a la lectura que no deja pasar un día sin su dosis habitual.
Se ha comparado el hábito a la lectura con cualquiera de las múltiples dependencias que sojuzgan a las personas hasta conducirlas a la muerte o a la felicidad. Pero entre todas, ninguna se le parece tanto como la adicción sexual. Primero, porque esa adicción es difícil de cuantificar y mucho más de cualificar. Resulta una empresa bastante insegura el propósito de fijar un quantum de sexo a partir del que podamos hablar de abuso o desenfreno. Y respecto a la cualidad, es mejor no hablar. El placer proviene de la imaginación y del entendimiento con otro, y no hay medida para ninguno de los tres. Carecemos de medidor de placer, de calibrador de la fantasía o de termómetro de la intimidad. No hay límite que nos oriente acerca del tamaño de la moderación, e incluso es muy dudoso que en estas materias el punto medio conserve su dignidad. Más bien parece estúpido no excederse.
Algo parecido sucede con el libro. ¿Cuántos libros hay que leer y cuáles escoger? Aunque son muchas las recomendaciones que contestan a esta pregunta ninguna es válida per se. Intelectuales, maestros y amigos tienen siempre en la boca una biblioteca ideal que recomendarte. Pero el buen lector, salvo en algún caso puntual que agradece oportunamente, hace caso omiso y lo fía todo a su instinto. El cuerpo de libros que uno se fabrica está hecho de múltiples orígenes y distintas edades. Entre «mis» libros les hay malos, ruines y hasta peligrosos, pero en su momento acallaron algún tipo de preocupación o despertaron un placer inesperado. Esos son precisamente los que conocen nuestros vicios y nos cogen al pasar. Porque los libros buenos los encontramos en el escaparate, pero los nuestros nos asaltan desde los estantes.
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