En pancarta
«No hay ningún género, nos dice Wittig, sólo existe cuando hay un género que es oprimido y otro que oprime»
Hay verdades que deslumbran pintadas en un grafiti o escritas sobre una pancarta. Y no son las menores o menos importantes, sino aquellas entre las ... más trascendentes que poseen una fórmula eléctrica y punzante. Frases que, además de su breve y terca exactitud, se desvirtúan si se les añade razonamiento y análisis. Su desarrollo narrativo o racional ensombrece y hasta oculta el resplandor verdadero que lucen escritas sobre la pared o sobre una sábana.
Un ejemplo singular lo aporta la pancarta que, tal día como un 26 de agosto de 1970, lucía Monique Wittig en compañía de otras militantes del movimiento «Boyeras rojas» –Gouines rouges–. Decía así: «Hay alguien todavía más desconocido que el soldado desconocido: su mujer». Si uno intenta dar explicaciones sobre el contenido o el alcance de este pensamiento hace el ridículo. Basta con poner el cuerpo detrás de la pancarta para entenderla al completo sin necesidad de palabras. La asimilación de la idea es inmediata; la asunción espontánea y duradera. ¿Hasta cuando la mujer será inmolada en la pira funeraria del marido?
No tengo datos sobre quién fue el autor de tamaña frase, supongo que alguien que conocía bien la humillación y el sometimiento, pero sí estoy enterado de que la misma Wittig acuñó otra frase no menos portentosa que podría figurar a la cabecera de cualquier manifestación contemporánea. Decía lo siguiente: «Las lesbianas no son mujeres».
Ahí la tenemos. Delante de nuestros ojos. Escrita con toda su fuerza desconcertante y provocadora. Pero en este caso el pensamiento espontáneo no reacciona. La idea es demasiado moderna y se tardará unas décadas en asumir su contenido sin rechistar, con la misma evidencia que reclamamos para las verdades matemáticas o atmosféricas. Mientras tanto merece una explicación aproximada.
Lo que quiere decirnos Wittig es que la distinción hombre-mujer sólo tiene sentido en el interior de un sistema heterosexual. Sólo si intentamos escabullirnos de él, rompiendo ese molde secular, el feminismo puede acercarse a sus fines de libertad. Para entonces las lesbianas dejarán de identificarse con la mujer y los gais saldrán de la prisión que los encarcela entre los varones. Porque no hay ningún género, nos dice Wittig, sólo existe cuando hay un género que es oprimido y otro que oprime. Es la opresión la que crea el género y no al revés.
Ya no basta con decir que «la mujer no nace, se hace», al modo de la Beauvoir, sino que se va más lejos: se va fuera del orden patriarcal, se va allí donde apuntan los ideales más o menos utópicos de cierto postfeminismo, donde la mujer ni nace ni se hace, ni la lesbiana es lo que creemos ni el gay lo que se da por sabido. Un mundo nuevo busca el resultado de abolir esos conceptos y de momento, puesto que le falta argumentación y reflejos, lo escribe en una pancarta con la que quiere corregir la dictadura de la naturaleza e iluminar el universo.
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