El otro Pajarillos

De aquellos once primeros años de mi vida en un pequeño piso de 49 metros cuadrados de la calle Pingüino quedaron los recuerdos de una infancia feliz, sin lujos ni fanfarrias, en la que adquiría valor el triunfo de lo humilde. Eran otros tiempos, en los que las familias, casi siempre numerosas, compartían libros y heredaban ropas. Y, sobre todo, se respiraba un compromiso de barrio, hoy diezmado, con el que se daba por sentado que los problemas eran comunes y había que arrimar el hombro.

Quienes vivíamos en los Pajarillos Bajos sabíamos lo que ocurría en los Altos y en parte de nuestros alrededores. Eso siempre marca conciencias, para bien o para mal. Sin embargo, por aquellos tiempos los niños íbamos solos al colegio y pasábamos las tardes exprimiendo el barrio, jugando a las chapas con caras de ciclistas, la peonza o matando el tiempo con el balón en el callejón. Siempre hubo otro Pajarillos, hoy también lo hay. Sensato, trabajador, consciente de los problemas y con buena gente que no merece las etiquetas y clichés generalizados. Ese es el Pajarillos mayoritario y no el que parece. El olvido de las instituciones hizo que este barrio sencillo y popular se convirtiera en un barrio estigmatizado, pero no se puede tirar la toalla. Ahora no.