La nueva cordura
«En lo sucesivo el auténtico progreso del sujeto no se seguirá considerando como una suerte de superhombre, más o menos utópico o distópico, sino que discurrirá por un camino de regreso, de vuelta al comienzo»
Describo una posibilidad. El virus que enferma a las personas es el mismo que insufla cordura al conjunto de la humanidad. A pequeña tirada ... nos infecta y neumoniza, esto es seguro, pero observado a gran escala nos devuelve al estado de naturaleza e incrementa el raciocinio y el justo pensar. Esto último, en cambio, ya no es un hecho constatado, es una simple hipótesis, una presunción favorable –una de tantas– acerca del efecto final de la pandemia.
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Cabe justificarlo. Para ello rescato dos ideas que saco de su molde original y reoriento hacia el problema que me ocupa. Una corresponde a Raymond Queneau, un literato francés que, en su día, a mediados del siglo pasado, aventuró que «el hombre no era otra cosa que un mono que se había vuelto loco». En su locura, ese mono alienado dejó de compartir el mundo con los animales y se inclinó a vivir con Dios. De esa enajenada ambición provendrían nuestros males, eso que llamamos nuestra condición.
La otra idea, que viene a enriquecer la anterior, proviene de una frase que en ciertos ambientes nos gusta resucitar de cuando en cuando. Dice así: «El loco por la pena es cuerdo». Infúndele pena, dale castigo y dolor, súmale culpa y tristeza, y verás que el supuesto homo sapiens, el loco por excelencia, el simio humanizado, vuelve a ser mono y recupera los instintos y el intelecto anterior.
Las dos ideas parecen heterogéneas, pero no lo son. Dicen lo mismo. La receta que las aúna es la siguiente: se mezclan a partes iguales, se revuelven con garbo y se espera a que sedimenten. El resultado es el anunciado: perjuicio de unos pocos, que enferman o mueren, y beneficio de muchos, que vuelven a su nicho zoológico. Así expuesto puede pensarse en una simple reformulación del apotegma de Bernard de Mandeville: «Vicios privados, públicas virtudes». Igual que el egoísmo individual y el afán de riqueza reportan un beneficio plural, según el autor de 'La fábula de las abejas', la infección de los ciudadanos, contados de uno en uno, reporta un inusitado estímulo a la sensatez general.
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Doble camino, por lo tanto. Por un lado, retorno al mono, a la naturaleza, de donde se nos había expulsado. Recuperación de los instintos y de los deseos más básicos. Y, por el otro, aceptación de la culpa y la tristeza, el sufrimiento y la pena, la enfermedad y el confinamiento, como señales evidentes de progreso cercano.
Se supone, lógicamente, que en lo sucesivo el auténtico progreso del sujeto no se seguirá considerando como una suerte de superhombre, más o menos utópico o distópico, sino que discurrirá por un camino de regreso, de vuelta al comienzo. Debemos recuperar, fuera de lo virtual, nuestro estado vegetal y geológico. Debemos renunciar algo a nuestra locura, que aporta mucha inteligencia, excesiva quizá, pero poca salud y escasa humanidad. La locura de la especie es una virguería del pensamiento pero una catástrofe si se la juzga por la amistad.
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