Normópatas
DESDE EL MANICOMIO ·
Esta enfermedad afecta a mi generación y es patrimonio del pasado y, por lo tanto, incurable: lo patológico ha sido no haber conocido epidemias ni guerras a lo largo de los añosLas personas más o menos de mi edad, año arriba, año abajo, hemos vivido un tiempo extraño. Ahora lo sabemos. Acabamos de saberlo. Hemos vivido ... como normal lo que era profundamente anómalo. Cuando nos creíamos sanos, felices y serenos resulta que no era tal, sino que padecíamos una grave enfermedad, mezcla de ceguera y monotonía. Se llama normopatía, y ha contagiado por vía mental a varias generaciones sucesivas.
Esta enfermedad que afecta a mi generación es patrimonio del pasado y por lo tanto incurable. Su patología no consiste en sufrir ahora, junto al resto de los ciudadanos, esta extravagancia social provocada por un microbio caprichoso, sino que lo patológico ha sido no haber conocido ni epidemias ni guerras a lo largo de los años. Sólo supimos de los XXV años de paz, implantados por el caudillo, y luego, felices y juveniles, conocimos una yema, un brote de democracia que, como una primavera prolongada, nunca acababa de cuajar en nuestro recorrido. Ahora, en cambio, tenemos las dos plagas actualizadas en nuestra experiencia, como siempre había sucedido, antes de nosotros, a lo largo de los siglos.
Pasada la primera sorpresa, nos hemos alegrado al conocerlo. Un diagnóstico es un buen suplemento. Nos ayuda a llamar a las cosas por su nombre y a saber quiénes somos. Para ser uno mismo, con consistencia y densidad, necesitamos reconocimiento, y el de los demás ha caído en picado en estos momentos, desde que la mascarilla es una necesidad y la puerta del piso la muralla del universo. Corríamos un serio peligro de perder identidad, pero nos ayuda saber que somos normópatas por nuestra historia, algo que da consistencia, como le sucede al bipolar o al esquizofrénico con su titularidad, y podemos incluso fardar de serlo. Vivimos muy bien durante todo ese tiempo de serena enfermedad.
Desde que hemos sido diagnosticados, la realidad se ha enriquecido para nosotros. Las cosas son más densas en su semántica y en su contenido, pues, aparte de sus cualidades tradicionales, sensoriales, físicas y lingüísticas, ahora todas poseen una connotación patológica. Y nos parece, además, que hemos sido pioneros en alcanzar este privilegio de normalísima anormalidad. Pues en lo sucesivo, si se quiere ser algo en la vida, estaremos obligados a adscribirse a algún padecimiento. Las cosas, que tenían color, olor, peso y utilidad, también tendrán, y aquí reside lo novedoso, enfermedad. Todas son patológicas, en uno y otro sentido, y todas deberán ser tratadas en un mundo cada vez más biopolítico. La salud está en peligro y las estructuras sociales y los mercados financieros van a etiquetar todos los objetos y sus prácticas con un coeficiente de peligrosidad o de seguridad salubre que vaya más allá de describir los componentes y cuantificar las calorías de los alimentos. Cada producto y cada persona gozará de un diagnóstico propio y de un bautismo médico.
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