No tengo ningún mérito
CRÓNICA DEL MANICOMIO ·
«Coleman analiza, pondera y decide, sin que podamos adivinar previamente cuál va a ser su decisión»Para acabar de sorprenderme, Coleman Hill, mi homónimo yanqui, llegó a decirme que él no tenía ningún mérito. Se refería concretamente a sus éxitos en ... la vida y en la profesión, que habían sido reconocidos oficial y públicamente, pero que él no valoraba como un merecimiento.
Cuando le recordé, creyéndole desanimado y con la estima en bancarrota, sus altos estudios, la plaza ganada en un duro concurso, su capacidad de trabajo, el respeto de sus clientes, la altura de sus escritos, o lo que fuere, pues era difícil encontrarle grietas o puntos débiles, su respuesta era siempre comparable: «No es ningún mérito nacer inteligente»; «la fuerza de voluntad no sé de donde me viene, pero funciona sin sacrificio por mi parte; me cansa mucho más la pereza que el esfuerzo»; «pude estudiar porque mis padres lo hicieron posible y supieron, con su afecto, animarme, educarme y protegerme».
De esta suerte respondía ante la insinuación de cualquier elogio. Nada de lo que acostumbramos a considerar como un premio, nacido del tesón y el sacrificio de un ciudadano, justamente meritorio y digno de ser reconocido, parecía conmoverle. Para él, lo que los demás admiraban como virtudes no pasaban de ser cualidades que, sin saber por qué, se le habían concedido gratuitamente. El mérito recaía, a su juicio, en quien lo hubiera permitido: la naturaleza, su familia, el cariño de los amigos, los buenos profesores, el progreso de la sociedad.
Sin embargo, cuando le oigo explicarse siento que, pese a su gran vitalidad, estoy ante un bloque inerte. Para acercarse a Coleman hay que pensar en él como un ejemplo concluyente de la condena a la libertad con que Sartre definió el destino del ser humano. Pero con la particularidad de que no lo demuestra de modo genérico sino haciéndolo presente en cada uno de los detalles de su existencia. No obstante, tampoco cabe entenderle como un robot que ejerce sus funciones automáticamente. Coleman analiza, pondera y decide, sin que podamos adivinar previamente cuál va a ser su decisión. No es alguien programado, pero sí alguien que desviste de vanidad cualquier decisión. En caso de acertar con algo, no admite con agrado las felicitaciones, pues supedita su acierto a la capacidad que la vida, así dicho, de forma anónima e impersonal, le ha permitido adquirir.
Coleman no es humilde, es sencillo. En él no encontramos rastro de algún gesto de esos que llamamos engolados, afectados o engreídos. Todo surge de modo natural y fluido. Cuando se le pregunta sobre la aparente armonía de su vida, contesta que el secreto reside en una fórmula de felicidad que dice poseer por simple fortuna. La enuncia como la suerte de hacer coincidir los deseos con las posibilidades y los gustos con los placeres cotidianos. La resume diciendo que nunca anhela lo que le excluye ni sueña con lo que no está a su mano.
Creo que es un sabio.
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