La necesidad de conflictos
«La irritación no es una respuesta a la acumulación de problemas, sino el efecto de su desactivación y transparencia»
Se dice que uno tiene la edad de sus deseos, o de su cansancio, que viene a ser lo mismo. Y uno de estos deseos, ... y hay que incluirlo entre los más relevantes, es el deseo de confrontación, de conflicto. El deseo necesita luchar y batirse contra algo, como lo demuestran la actividad infantil, con su pasión por el juego, y la inactividad senil, con su inclinación por la butaca, las series y el paseo.
La vejez es resignación e inapetencia. Es desinterés y aburrimiento ante el combate de la existencia. Preguntado un antiguo campeón de ajedrez sobre el motivo de su renuncia a competir, cuando todos se le disputaban como asesor y analista, confesó que conservaba todas las habilidades del juego, incluso más perfeccionadas que nunca, pero ya no sentía la necesidad de matar a nadie ni de aplastar al rival. Y sin esa violencia interior consideraba que era imposible ganar un torneo y ni siquiera imponerse en una partida.
En un breve ensayo sobre «la conversación y los conversadores», Robert Louis Stevenson escribió que «el conflicto es la sal de la vida; incluso las relaciones más amistosas son una especie de contienda; si no queremos renunciar a lo que nos merece la pena, siempre necesitamos hacer frente a otra persona, mirarnos fijamente y experimentar lo que es una lucha, tanto por amor como por enemistad». Todo lo vivo, como vemos, si seguimos las ideas del gran novelista sobre la salazón de los tiempos y de los días, confluye en alguna forma de lucha. Carente de ella, insensible al necesario agonismo de las cosas, la persona mayor languidece en su ocio, en sus viajes, en su distracción, renunciando al combate y malgastando las fuerzas en sobrevivir como naufrago de los años y de la vida.
Este desagüe de conflictos tan característico, que define por sí sólo al mundo senil, justifica también los malhumores y el legendario papel de aguafiestas y cascarrabias que se atribuye al sujeto entrado en años. Ya que no genera conflictos reales, por falta de apetencia o de condiciones reales para hacerlo, en cuanto que apartado del flujo histórico y del torrente social, rezuma malos humores y despotrica contra toda novedad. No cabe entender, por lo tanto, la acritud senil como ganas de bronca o como aliviadero de agresividades, sino como un intento desesperado de recuperar el deseo que huye de él a marchas forzadas. Ya que carece de espacios de confrontación se dedica a desbarrar de continuo y hacer del día a día un falso conflicto de él contra el mundo.
El ejemplo de las personas de edad mal envejecidas nos hace sospechar que, en general, el malhumor no nace de los conflictos y de las dificultades que suscita la convivencia, la competencia y las opiniones distintas, sino que surge del vacío que deja su ausencia. La irritación no es una respuesta a la acumulación de problemas, sino el efecto de su desactivación y transparencia.
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