La nariz de Cleopatra
«Por desgracia, la naturaleza ha jugado a la defensiva y ha mirado antes por la vida que por la dignidad de la mujer»
El culto a los pequeños detalles no es algo en sí mismo menor. Las cosas insignificantes llegan a tener mucha importancia. A veces descubrimos con ... sorpresa que lo trivial tiene mucho alcance, como sucede ahora, en plena pandemia, cuando echamos de menos lo irrelevante, lo cotidiano, lo menor. Lo extrañamos mucho más intensamente que aquello que siempre creímos trascendental y venerable.
Hay muchos ejemplos de este giro de valores, pues abundan las circunstancias en las que un mínimo detalle se vuelve concluyente y revelador. La referencia cultural más conocida remite a una frase de Pascal. En uno de sus 'Pensamientos' advirtió que si la nariz de Cleopatra –demasiado grande según la tradición– hubiera sido más pequeña, el destino de la historia habría sido diferente. Un leve retoque estético puede trastocar los deseos y la conducta de la gente con consecuencias insólitas.
Del mismo modo, hoy se habla del 'efecto mariposa' para dar cuenta de unas cadenas causales inesperadas pero implacables en su consecución. La caza de un insecto en la serranía de Huelva puede, por ejemplo, incidir en el índice Nikkei de la bolsa nipona. Basta con ponerse a relacionar una cosa con otra hasta llegar a ese final, que parece una casualidad pero que esconde una precisa causalidad, aunque oculte su lógica.
Pero, en este orden de cosas, llama mi atención una diferencia biológica, en principio de poco calado, a la que cierto feminismo ha dado una importancia inopinada. Imaginan estas corrientes de libertad que la relevancia social de la mujer, durante todos estos siglos de patriarcado, habría sido muy distinta si su fecundidad hubiera estado vinculada al placer y al orgasmo, como sucede en el varón.
Este simple hecho, en apariencia secundario, obligaría al desprendido jabato a tratarla con mucha más sensibilidad y consideración, haciendo coincidir la reproducción con el agrado. Pero no ha sido así, y ni siquiera las mujeres han dispuesto de una época de celo que, vinculando el placer a la ovulación, impidiera su acceso el resto del tiempo, lo que quizá le hubiera supuesto una historia de paz y ausencia de dominación. Pero ha sucedido lo contrario. La mujer ha sido considerada como un simple receptor en cualquier momento de placer para el varón, que concentra su fuerza reproductora en el clímax eyaculador.
Si el guerrero, en vez de encontrar en la hembra el descanso y una fertilidad pasiva sobre la que garantizar su linaje, hubiera tenido que cuidar las emociones de su compañera, suscitar su deseo y garantizar su fruición, probablemente el patriarcado no hubiera existido, al menos tal y como lo conocemos. Por desgracia, la naturaleza ha jugado a la defensiva y ha mirado antes por la vida que por la dignidad de la mujer. Cabe confiar en que la cultura, paso a paso, vaya rectificando los errores de la creación.
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