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Pocos días antes de morir asesinado en Nueva York hace 40 años, John Lennon compuso su primera canción explícitamente religiosa 'Help me to help myself', ... en la que reconocía que todavía su vida había estado devorada por la insatisfacción interior. El ateo que en 'God' había escrito que Dios era sólo un concepto mediante el que los hombres medían sus penas, volvía sus ojos y pedía ayuda a ese mismo Señor que diez años antes, y hasta el fin de sus días, cautivara a su amigo George Harrison. Pero aquella maqueta, a diferencia de tantas otras, no fue dada a conocer por su viuda. Yoko Ono veía aquellos acordes y anhelos finales como un extravío del mito que tan laboriosamente había ayudado a construir, y del que tan bien ha vivido durante este tiempo. Sólo hace seis años la canción finalmente trascendió.
A veces los mitos no están a la altura de sí mismos. Y otras veces no están a la altura de los deseos que los demás han proyectado sobre ellos. Si hay una virtud esencial en John Lennon, que lo eleva como creador hasta altas cimas, es su honestidad, su coraje para hurgar en su interior y desnudar sus miserias, sus dramas, sus carencias y sus miedos. Desde ese punto de vista 'Help me to help myself' es del todo coherente con su mito. Como también lo era la reconversión hogareña que 'Double fantasy' revelaba con su exaltación del amor y la paternidad.
Cuestión distinta es su mitología política, forjada en esos años 70 de movimientos por la paz, afanes revolucionarios y proclamas de exaltación del poder del pueblo. Años también de utopías, como 'Imagine', que si bien se piensa es la canción que anticipó el ideario globalista en el que nos desenvolvemos, aunque la realidad quede lejos de la calidez, y candidez, de la canción.
Imagina que no hay paraíso, ni infierno, que la gente vive al día, que no hay países, ni nada por lo que matar o morir, imagina a toda la gente compartiendo todo el mundo, proclama John. Un sueño que en gran medida se ha cumplido y que estamos muy empeñados en cumplir. Salvo en un punto, aquel que rezaba 'imagina que no hay posesiones' y que ya resultaba inverosímil cuando le veíamos a John cantarlo sentado en un lujoso piano blanco en la enorme mansión de Tittenhurst Park, cerca de Ascot, con decenas de habitaciones y 29 hectáreas de finca.
¿Dónde está la verdad del mito? ¿En esa búsqueda final de sentido de la madurez o en la agitación tumultuosa de la juventud? ¿En su utopismo político o en su reconciliación con la vida familiar? Lo único que sabemos es que los mitos, a la postre, sirven a quienes levantan sus altares y cada cual encuentra en ellos lo que desea hallar para legitimarse. Fundamentalmente eso.
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