Ibarrola

Miserable

Miserable es quien no aguanta el placer de los demás. Quien arrastra la envidia hasta el territorio del gusto y el contento

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 20 de noviembre 2020, 07:25

Hay más miserables entre gente corriente que entre aquellos que destacan. Sin embargo, esta afirmación tan tajante no se sostiene en nada, entre otras cosas ... porque no es fácil saber lo que realmente decimos tras esa palabra tan agria. Las acepciones convencionales de 'miserable' no agotan el sentido que quiero darle. No me refiero con ella, si sigo fielmente a la Academia, ni a lo extremadamente pobre, ni al sujeto tacaño y atormentado por los gastos y ni siquiera al personaje cortésmente canalla. Hay otro uso que, sin negar las acepciones oficiales, apunta en otra dirección mucho más imprecisa pero que compromete de lleno al hombre de la calle. Además, no atañe sin más a algún individuo suelto, pues donde hay un miserable tiende a haber muchos miserables. Como si fuera algo contagioso o genético.

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¿Qué es lo miserable? Puede que sea una actitud especial ante el miedo. O una búsqueda de protección particular. Incluso un modo de mantener la suficiente distancia para menospreciar más a gusto a los demás. Estas condiciones, por otra parte, son tan habituales en la vida humana que huelga explicar la multitud de miserables que empañan la sociedad. Pero aún así, tras esta afirmación, se nos sigue escapando una particularidad indefinible de lo miserable. Hay algo especial que se resiste a aflorar. Algo inexpresable que quizá se explique mejor con un ejemplo.

Llega el caminante a un comercio. El dependiente tuerce el gesto. En vez de alegrarse ante la entrada de un ciudadano que se decide a comprar, parece que le molesta la posibilidad de que el comprador salga alegre y satisfecho. Ese gesto, en concreto, identifica al miserable por encima de cualquier otra cualidad. Miserable es quien no aguanta el placer de los demás. Quien arrastra la envidia hasta el territorio del gusto y el contento. Identifica bien a aquel tendero que prefiere no vender antes que complacer al cliente que acaba de entrar.

Este mismo personaje es el que se indigna moralmente en presencia de un pobre. Le molesta que alguien se satisfaga con algo aparentemente tan fácil como es alargar la mano y llenarla con la dádiva caritativa de algún limosnero. Odia por igual al cliente y al mendigo. A fin de cuentas, uno disfruta con lo que compra y el otro con lo que le dan. Evidentemente no son iguales y ni mucho menos son lo mismo, salvo lo que poseen de común: un instante de felicidad.

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El miserable lleva en la cara el desprecio y en el alma la lógica del resentimiento, que tiene por premisa una pregunta: ¿qué es de lo mío? En el extremo opuesto habita el gusto de agradar. Por suerte, hay quien no saborea la vida si no echa una mano a los demás. Necesita ayudar a alguien para redondear las horas, y si no alcanza a hacerlo, al menos lo sabe aparentar. Disfruta con la amabilidad como el miserable con el retintín y el tonillo que no acierta a ocultar.

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