Mirar a la cara
«Siempre me ha sorprendido que alguien a quien acabas de conocer te rehúya o deje de mirarte a la cara»
Siempre me ha sorprendido que alguien a quien acabas de conocer te rehúya o deje de mirarte a la cara. Al principio lo tomé como ... un defecto propio. Pensé que algo en mi fisonomía o en lo que, inconscientemente, se reflejaba de mi alma, estaba sucio o era defectuoso. De otro modo no podía entender que una persona, nada más verme y presentarme ante ella, izara una barrera ante mis ojos y marcara las distancias.
Sin embargo, las cosas son como son, y no hay que tomarlo a la tremenda, pues siempre hay quien te aprecia lo suficiente. Algunos, incluso, remontan su aceptación al momento de conocerte. Así que cuando me sucede –creo es en menos ocasiones de las que cabría esperar–, buenamente pienso, no sé si con más acierto pero sí con mayor tranquilidad, que la pelota está en el tejado de los demás, y si me eluden será porque algo tienen que ocultar.
La mirada esquiva del otro desazona y crea inseguridad, así que no es extraño que muchos reaccionen como acabo de decir, echando mano a una autoestima inconmovible que roza la soberbia y engríe el espíritu. Les hay también que no sólo adoptan esta actitud como una forma de autodefensa cuando se ven rechazados, sino que usan la respuesta como una prueba para medir la condición del prójimo. Es decir, que se utilizan a sí mismos como piedra de toque para evaluar a quien fuere. Para saber si alguien es de confianza, basta, a su juicio, con acercarse a él, saludarle y ver si acepta mirarte, devolverte la cortesía y mantener el contacto con gusto y prolongadamente. Si es así, todo va bien y el test ofrece un resultado positivo. En caso contrario, se deduce que el otro no es fiar y tiene algo importante que esconder, como puede ser la hipocresía, la impostura o la fatuidad.
El otro es auténtico, dueño de sí mismo y franco, si no me evita. No necesito que me regale su amistad para aprobarle. No se exige tanto. Basta con sentirle próximo y confiado para creer de inmediato en su decencia e integridad. No es imprescindible que venga en mi busca, pero sí que no salga espantado.
Visto desde el otro lado no es distinto el proceso. Hay personas que nos despiertan un rechazo automático. Nada más verlas apartamos la mirada y nos alejamos en cuanto podemos, a sabiendas de que nos retratamos con ello. Estas respuestas maquinales pueden parecer inhumanas y ajenas a la piedad y sociabilidad que se nos supone, pero son difícilmente controlables. Son el resultado de una defensa instintiva que no acertamos a inhibir y que demuestra bien a las claras, y de modo casi carnal, que el otro no es alguien de quien en principio nos debamos fiar.
El filo paranoico de cada uno de nosotros está siempre preparado, y antes vemos enemigos en nuestro entorno que gentes en quien confiar. Esta idea puede parecerle a alguno, si no a muchos, que es pesimista, inquietante o escasamente compasiva, pero la bondad no es un bien universal.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión