Ibarrola

Mirar hacia atrás

«La curiosidad tiene la ventaja o el inconveniente de que tanto se puede entender como una virtud o como un defecto. Tan malo es la carencia como el exceso»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 2 de octubre 2020, 07:52

La idea de mirar hacia atrás nunca fue bien recibida. En algunos mitos de la Antigüedad figura como causa de juicio y correctivo. Orfeo perdió ... a Eurídice, tras rescatarla de los infiernos, por darse la vuelta y ver su rostro antes de lo establecido. No respetó la condición de Hades y se volvió ansioso antes de traspasar la última puerta del averno. Y algo parecido sabemos de la mujer de Lot. Durante su huida de Sodoma se convirtió en estatua de sal por volverse a contemplar la ciudad, cuando había sido seriamente advertida para no hacerlo. Una historia, por cierto, esta de la sal, que nos inquietaba mucho cuando nos la contaban de pequeños. Una estatua de chocolate era fácil de encajar en la imaginación, pero una de sal no cabía entre las fantasías creativas de una mente infantil.

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Lo que nos resultaba más difícil de niños, y lo sigue siendo ya con los años bien cumplidos, es sacar alguna enseñanza del mitológico castigo. Lo más sencillo es atribuirlas a la intención de corregir la desobediencia de los hombres y reducirlos al buen camino. Pero para llamar al acatamiento y la sumisión no está clara la necesidad de recurrir a imágenes y narraciones tan fantásticas y casi eternas. Para cumplir órdenes no hay que fabricar un relato ni embellecerlo para que perdure durante siglos. Obedecer es sencillo y no cuesta mucho entenderlo.

La otra causa planteada es lógicamente la curiosidad. La curiosidad tiene la ventaja o el inconveniente de que tanto se puede entender como una virtud o como un defecto. Tan malo es la carencia como el exceso. Nos quejamos de los curiosos por su tendencia a malmeter y chismorrear, por su falta de respeto a las vidas ajenas y por comportarse bajo la seguridad de que el poder consiste en saber de los demás. Pero también nos lamentamos ante aquellas personas que parecen haber perdido la curiosidad y languidecen entre la indolencia y el conformismo.

Es difícil adivinar qué tenía Dios en la cabeza cuando se decidió a castigar la curiosidad de los hombres, aunque lo hizo desde un principio y sin dudar. Conocemos, no obstante, que el deseo de sabiduría está en las raíces del Mal. La codicia de saber condujo a nuestros primeros padres a comer del árbol de la sabiduría y ese apetito no fue bien visto por quien conocía la verdad. Como si Dios se cuidara muy mucho de que alguien se convirtiera en un rival. Aquellos dioses antiguos, tanto los paganos como el dios verdadero, se mostraban muy humanos. A veces demasiado humanos. Así que mientras la filosofía seguía reclamando la sabiduría, la teología apostaba sin contemplaciones por el no saber y la oscuridad.

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Dios nació muy pronto. No sabemos si en caso de nacer ahora pensaría distinto, animándonos a comer del árbol prohibido, por lo que se nos vuelve difícil suponer con qué mitos nos castigaría hoy, en los tiempos del capitalismo.

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