La mirada
Crónica del manicomio ·
«Si el erotismo es definido como una pornografía con ropa e indumentaria, la mascarilla es el último artilugio erótico que cubre nuestra sensualidad»En el capítulo primero, correspondiente a la tercera parte de 'El ser y la nada', que Jean Paul Sartre dedica a 'la existencia del otro', ... destaca un amplio apartado consagrado a la mirada. En ese pasaje, plenamente existencialista, señala que «el ser-visto-por-otro es la verdad de ver-al-otro», lo que, dicho a la pata llana, como nos propone un poco más adelante, indica que «basta que otro me mire para que yo sea lo que soy».
En la luz de sus ojos parpadeantes descubro mi ser, podríamos parafrasear. Bajo estas premisas sartreanas, tan atractivas para el lector de la época, se articulaba el reconocimiento de uno mismo. Desde su perspectiva, incluso en el retiro más monacal necesito la mirada del otro para que reconozca mi soledad.
Así estaban las cosas cuando el uso continuado y obligatorio de la mascarilla ha venido a magnificar el proceso ochenta años después. Nunca la mirada fue tan curiosa, posesiva y reconocedora como ahora. La mirada sobre la mirada, el cruce de miradas, la mirada a los ojos del transeúnte que pasa, alimenta nuestra identidad gracias a que, con la cara tapada, el reconocimiento fulgura en los ojos con más rapidez. La mascarilla tiene algo de bozal, de tapabocas o de mordaza que roba la imagen y deposita en la elocuencia visual todo el esfuerzo que empleamos en reconocer al prójimo.
Nunca nos habíamos reflejado tanto en el espejo ocular. Ya no nos basta con echar una ojeada, como de paso, a ese peatón en principio desconocido que nos cruzamos en cualquier lugar. Ahora, con más frecuencia de la que estábamos acostumbrados, buscamos sus ojos intentando asegurarnos de que si bien estamos confinados aún no estamos del todo perdidos.
Es seguro, también, que nunca habíamos saludado a tantas personas desconocidas como en estos días, bien a iniciativa nuestra, en la seguridad de que bajo la máscara respira un conocido, bien para devolver el cumplido sin saber a ciencia cierta de quien proviene el saludo. A fuerza de cubrirnos la cara y ganar el incógnito que no queríamos, nos vemos impelidos, incluso nos sentimos acreedores, de un reconocimiento más voraz y continuo. Escrutamos al otro al pasar y solo vemos sus ojos sobre el velo oriental que esconde su sonrisa, su mueca, su belleza o su fealdad. Para ver al otro al natural y en su salsa tenemos que recurrir al artificio del FaceTime, del Skype del Zoom o de Instagram, puesto que vistos al natural las personas no nos dicen nada bajo el prudente antifaz.
Mientras tanto, un nuevo pudor se apodera de nosotros. La boca ha recuperado el erotismo oculto que al aire libre había perdido. Si el erotismo es definido como una pornografía con ropa e indumentaria, la mascarilla es el último artilugio erótico que cubre nuestra sensualidad. Quitarse la mascarilla se ha convertido en un signo de desnudez que nos ofrece una nueva intimidad.
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