El miedo
Es tanto signo de prudencia como huella de la cobardía y será una de las señales que va a guiar nuestro camino futuro»
El miedo es una defensa que, como el sistema inmunitario, nos protege ante los peligros y evita los males propios de la indefensión o la ... temeridad. Pero, del mismo modo que la inmunidad pierde en ocasiones la cabeza y acaba confundiéndonos con un extraño –efecto de nuestro odiado virus 2020–, el miedo también nos desborda en ocasiones y nos hace claudicar.
El miedo está llamado a ser uno de los signos principales en que habremos de fijarnos cuando salgamos de este atolladero, en caso de salir –con perdón por no caer en el optimismo–. El miedo, que es tanto signo de prudencia como huella de la cobardía, será uno de las señales que va a guiar nuestro camino futuro. Acotado por la amenaza de ruina y la inseguridad, el miedo será instrumentado hasta niveles desconocidos. O al menos esta es la profecía más frecuente y también la menos imaginativa y más vulgar.
Por sumar en un mismo gesto la virtud y el demérito, el temor es el sentimiento que admite mayor manipulación. Del mismo modo que sin miedo al fracaso o al ridículo no hay impulso suficiente para la actividad o la creación, sin miedo al otro no hay gobierno posible. Y hoy el virus, convertido en gran Otro, hace de cualquiera un ciudadano amenazante y contagioso. La gente se aparta cuando te cruza en la calle, lo cual es una maniobra sanitariamente recomendable, pero también mira hacia otro lado, en un gesto mitad vergonzante y mitad amenazador. De cómo seamos gobernados y de cómo nos gobernemos a nosotros mismos en estas condiciones, una vez incrustado el miedo en los epitelios más profundos, dependerá el grado de control y de pérdida de intimidad y libertad a los que nos veremos expuestos. El miedo, con toda seguridad, será encauzado por quien tiene la fuerza y los instrumentos para hacerlo. Pocas dudas merece esta verdad, probablemente la más segura de cuantas hayan de llegar.
El miedo tiene el oscuro privilegio de aunar la utilidad y la ineptitud. Y esta prerrogativa le llega por su potestad incomparable para acelerar la búsqueda de sentido. Y el primero que despierta es la desconfianza. El individuo, a título singular, busca un culpable a quien achacar el temblor; y el gobierno, a título colectivo, encuentra en el miedo una ocasión pintiparada para incrementar el control y forzar al pueblo a la subordinación. El sujeto hace alarde de su paranoia, del profundo recelo y enemistad que llevamos inscritos en el alma, mientras que el Estado se arma y apoya en las instancias religiosas, económicas y psicológicas para campar a sus anchas autoritarias.
Pero también cabe rebelarse, evitar la mansedumbre ante el ego financiero, oponerse al arbitrio de los mercados y romper con la acumulación de capital y el crecimiento ilimitado. Esto dicho con las vacilaciones propias de quien no quería caer en el optimismo, pero tampoco mandar a paseo la ilusión de una solidaridad desconocida que nos llama a gritos.
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