La metáfora
«La nostalgia de recurrir a un autoritarismo redentor parece uno de los síntomas sociales de la epidemia. Un síntoma tan incisivo y traidor como lo son muchos de los que causa el virus con su inquina biológica»
Durante los últimos meses hemos abusado de metáforas bélicas para oponernos al empalagoso y cruel virus. Muchos son quienes las usan con alborozo y comentan ... sobre la pandemia recurriendo a un lenguaje de batalla. Otros, en cambio, repudian tanto la guerra que no admiten su imagen ni siquiera con encajes terapéuticos.
Sin entrar en esta polémica, que al final se calificará de gratuita y artificiosa, como casi todas las polémicas, recuerdo una imagen de la guerra que en su caso cuadra con el desconcierto actual. Se la debemos a Levinas, filósofo francés de origen lituano, quien sostuvo que la violencia de la guerra «no consiste tanto en herir y aniquilar como en interrumpir la continuidad de las personas».
Este bloqueo sí que puede considerarse un «efecto guerra» de la pandemia. La infección ha interrumpido groseramente la vida y nos ha cortado el puente que une el presente con el pasado. De golpe, hemos sido arrojados a un futuro incierto que no dejamos de valorar, interpretar o prever, siempre bajo un hambre de sentido que demuestra a las claras nuestra ansiedad y ofuscamiento.
Pero la metáfora, una vez blandida, adquiere vida propia y va provocando secuelas incongruentes y desproporcionadas. Sin ir más lejos, comprobamos que las batallas dan miedo y el miedo inclina a la plegaria, y la plegaria, a su vez, mueve a buscar un protector al que ofrecer acatamiento. ¿A qué atribuir si no el renovado reaparecer por las calles de camisas pardas? SLa nostalgia de recurrir a un autoritarismo redentor parece uno de los síntomas sociales de la epidemia. Un síntoma tan incisivo y traidor como lo son muchos de los que causa el virus con su inquina biológica. ucede a lo largo y ancho de los continentes, pero con especial agitación en nuestra patria, donde los nuevos activistas llevan cuarenta años con las camisas en el ropero. Pero ahora han salido del armario, y lo han hecho como quien sale de una olla a presión, un poco aturdidos y abantos, gritando desfogados lo contrario de lo que tradicionalmente salvaguardan: libertad, tolerancia y democracia.
Sin embargo, las metáforas, como los virus, también mutan. No sabemos si todo seguirá igual de ahora en adelante. Lo que sí sabemos es que, aunque poco cambie, todo será distinto, sin que acertemos a llenar esas palabras, que retumban vacías y suenan a hueco: igualdad, cambio y distinto. La combinatoria es un laberinto. Desconocemos cuál será su contenido. Los demócratas se equivocan y los más autoritarios pierden la dirección y el sentido. No sabemos a qué atenernos. Ni siquiera estamos en condiciones de contar cabalmente el número de muertos y de contagios, de positivos y negativos. Cada uno cuenta a su manera, obligándonos a pensar que, si queremos conocer las cifras, quizá lo más sensato fuera repetir, con Simón de Monfort, aquello de: «Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos».
Noticia Relacionada
Comienza la jornada bien informado con nuestra newsletter 'Buenos días'
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión