Ay, mamá
«O peor aún, quiero ser científica. ¡Científica! ¿Pero es que no te hemos enseñado nada?»
Que quería ser artista, decía la pipiola, mamá, ser protagonista, ay, mamá. Cómo se le ocurriría a la cría querer ser aquello, destinada a ... vivir en la precariedad, sin saber si tendrás un contrato hoy o mañana o nunca, sin términos medios, o en la cumbre o en el abismo, o asediada u olvidada.
Ahora que si estos días se te planta la niña en casa con la boa al cuello y los tacones de mamá y te canta que quiere ser artista, qué alivio. Podría entonar el quiero ser periodista, la muy irresponsable. O peor aún, quiero ser científica. ¡Científica! Pero hija mía, ¿es que no te hemos enseñado nada? Ser científico es hoy una profesión para locos irredentos y gentes sin apego a la vida. Engañados por esa palabra, 'vocacional', que significa según la RAE (bueno, aún no, pero lo hará), saltar de beca en beca haciendo horas en un laboratorio mientras tratas de terminar tu tesis doctoral y publicar artículos en revistas indexadas para acumular méritos y poder empezar como profesor asociado en la universidad cuando terminen las becas, mientras te acreditas a la espera de que salga una plaza, impartes clase, continúas en el laboratorio y publicas artículos y...
Pero no pasa nada. Porque un día, ya más asentado y con un currículo impresionante, podrás advertir al mundo de que la contaminación del aire, por ejemplo, cuesta vidas, que es un problema prioritario y que hay medidas, impopulares para la macroeconomía, eso sí, que habría que poner en práctica de inmediato. Y serás un científico de verdad. De esos cuyo trabajo destroza una política desinformada –otro tipo de 'artista', vaya– en un corte de radio de tres segundos con un «la contaminación no mata a nadie». Y punto en boca de científico. Ay, mamá, esta niña.
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