La maestra Ciruela
La Canaleja ·
«En el sorteo, siempre nos toca el peor ministro», ironizaba hace años un profesorEn legislación educativa vamos de derrota en derrota hasta la derrota final. Disculpen que sea tan áspero –y derrotista– al entrar en este debate que a todos nos atañe, salvo que le importe una higa qué y, sobre todo, cómo se educa a quienes en su momento heredarán la tierra, la que aún no hayamos quemado.
Derrota final que se produce cuando el educando termina su recorrido escolar para adentrarse en nuestro mundo de adultos. Al llegar ese instante, de nada sirve la naciente ley Celaá, ni el sabio Alfonso X, San José de Calasanz, Campomanes, Jovellanos, Claudio Moyano, Romanones o Villar Palasí, el de nuestra nostálgica EGB. Y tampoco las siete leyes como siete soles de la democracia, con Maravall –y su no te Lode– o Wert, el último de los siete magníficos firmantes de tales fracasos escolares. Ahora se incorpora a contribuir a la derrota una octava maestra Ciruela, que no sabía leer y puso escuela, que canta el dicho.
«En el sorteo, siempre nos toca el peor ministro», ironizaba hace años un profesor. Infortunio que le recordaba hacíamos propio de estudiantes pero con ellos, los maestros, porque más dañino que una mala ley es que te toque un mal docente. Te quita el gusto por estudiar y eso es una derrota que no levanta ni todos los abogados de Trump, otro maestro Ciruela o 'plum', dicho en inglés, que somos tan listos que igual termina siendo la lengua vehicular.