¿De qué lloro? ¿De dónde vengo?
«El misterio de la vida no reside en conocer dónde vamos después de muertos, sino en averiguar de dónde venimos a la hora de nacer. De dónde nos expulsaron»
La expulsión del Paraíso es una de las imágenes más certeras y dramáticas. Pocas escenas convocan tanto realismo y reflejan tal número de consecuencias vitales ... y humanas. Pero la condición de expulsado, salvo en el caso de exiliados y emigrantes, que poseen virtudes sagradas, retrata mucho mejor al recién nacido que al adulto. Es muy gráfica la figura de una criatura expulsada de un cuerpo común y empujada al vacío. Allí fuera queda inerme, a la espera de que aquella que le ha perdido y arrancado de sí le eche de menos, le proteja y le quiera como quien se quiere a uno mismo. En otro caso, si a ella no le interesara recuperarlo o no le echara de menos, no haría nada por él. Por piedad no se ayuda de continuo. Tenemos que contar con ese egoísmo y con las consecuencias adversas que reporta. Nos quieren porque les interesa. No lo olvidemos. Queremos porque nos conviene. Es útil tomar nota de este suceso y tenerlo siempre en cuenta.
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Se nace desterrado y desarticulado. Desterrado porque somos seres sin asiento original, arrojados a una naturaleza inhóspita donde hay que adaptarse sin el apoyo de los instintos, con los que cuentan el resto de las especies, con la única ayuda que los padres nos prestan. A sabiendas de que si no nos protegen como dios manda, de forma suficiente, nuestro destino queda marcado por la desgracia y expuesto a la soledad radical, a la locura y al delirio.
Y se nace desarticulado, por otra parte, porque llegamos entre heces, aguas y llantos. Nada más nacer, lloramos. Y no nos explican por qué lo hacemos. Y si ahora lo preguntamos, nos dicen que para limpiar de obstáculos amnióticos los pulmones y permitirnos respirar de inmediato. Como si este fuera el procedimiento imprescindible que ha encontrado la naturaleza y no hubiera otro, aunque es notorio que el resto de los animales no se conducen de igual modo. Este porqué no es muy convincente. Cabe sospechar que intentan desviarnos de una curiosidad más inquietante, como lo es conocer de qué lloramos. No me interesa saber por qué lloró sino de qué lo hago.
De momento sospechamos que los lloros son estratagemas, peticiones de amparo, gritos húmedos de socorro. Llantos que piden auxilio y nos enseñan a utilizar el bronco recurso de atraer a los demás con el sufrimiento antes que hacerlo con el placer. Sollozos que inauguran las artes del dolor: de padecerlo y de causarlo.
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El misterio de la vida no reside en conocer dónde vamos después de muertos, sino en averiguar de dónde venimos a la hora de nacer. De dónde nos expulsaron. ¿Nos precede la muerte? Agustín de Hipona no definió a los hombres como mortales, al modo de los griegos, sino como natales, de origen desconocido, de ignotas fuentes. ¿De qué lloro? ¿De dónde vengo?
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