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La ley del silencio

La ley del silencio

«Durante la última década, los puteros y proxenetas de este país han asesinado a cuarenta y cuatro prostitutas»

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Martes, 11 de junio 2019, 21:00

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El asesinato de Diana Quer todavía permanece en la memoria colectiva como la cristalización última de una sociedad enferma de machismo, y el pasado 8 de marzo se blandió como uno de los emblemas de la lucha feminista en España. Quizás el caso de la mujer transexual asesinada por un putero en Castellón a principios de año les suene menos. De hecho, es imposible que la recuerden, porque ni siquiera ha trascendido un triste nombre de pila por el que poder referirnos a ella. Sin embargo, y pese a haber tenido una relevancia mediática diametralmente opuesta, estos dos crímenes tienen algo en común: ninguno de ellos cuenta para la estadística oficial elaborada al amparo de la Ley de Violencia de Género, que sólo recoge aquellos casos en los que el asesino mantenía o había mantenido en el pasado una relación de pareja con la víctima. Que el hombre blanco cisgénero heterosexual ha sido y sigue siendo la medida de todas las cosas no es ningún secreto, pero sorprende que incluso en esta ley, promulgada en un país avanzado para proteger a las mujeres de la violencia sistémica que soportan por el mero hecho de serlo, se las clasifique después de muertas en función de lo estrecha que fuese su relación con el hombre que las mató.

La exclusión deliberada de los asesinatos de carácter sexual de la ley es preocupante porque discrimina y, de algún modo, hace en parte responsables de su desgracia a las mujeres que 'se lo merecen': a las que se visten como les viene en gana, a las que salen a correr solas de noche, a las que no toman un taxi para volver a casa, a las que se acuestan con desconocidos, a las que se prostituyen. Este lunes, en Valencia, otra joven fue asesinada por un novio maltratador, y con este suceso se ha alcanzado una cifra macabra: mil muertes por violencia de género desde que la administración empezó a contabilizar los casos, allá por el año 2003. Mil mujeres en dieciséis años es un dato espeluznante, pero falso: la realidad supera, una vez más, el terror en almíbar de las ficciones burocráticas. Por centrarnos en el último eslabón de la cadena de un sistema podrido: durante la última década, los puteros y proxenetas de este país han asesinado a cuarenta y cuatro prostitutas. Cuarenta y cuatro vidas invisibles, pertenecientes a un colectivo sin derechos laborales reconocidos, sin voz en los medios y, por lo que parece, hasta sin nombre propio. No seré yo quien les niegue la empatía.

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