Supongo que es la vida, con todo lo que la conforma, lo que les da a las palabras matices que el diccionario no presta. Resulta ... que para el vademécum «leal» es un equivalente a «fiel», que a su vez define como alguien «constante en sus afectos». Y constante también, añade, en «el cumplimiento de sus obligaciones». Y remata la descripción con algo que guarda muchas más implicaciones: «No defrauda la confianza depositada en él».
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No le falta profundidad a «fiel» y sin embargo el uso cotidiano lo ha derivado más hacia su vertiente sentimental, ya sea a una pareja o a un equipo de fútbol, que en este caso es el único vínculo humano que podríamos certificar como absolutamente inquebrantable, qué cosas.
La lealtad, entonces, sería un sinónimo. Pero quizá por ser un vocablo menos recurrente se me ocurre que inspira un matiz de solemnidad, de un compromiso que no solo incluye una amistad o una devoción, sino un comportamiento moral. Lealtad, para mis connotaciones mentales, implica un posicionamiento ético. Significa mantenerla aunque eso comporte un riesgo o un perjuicio.
Estos días hemos visto un ejemplo de dos hombres leales a una forma de entender el periodismo, David Beriain y Roberto Fraile, hasta el punto de morir a su servicio. Y hemos escuchado acusaciones de deslealtad de políticos del PSOE o de Ciudadanos hacia aquellos que han pedido el voto para otra fuerza o han escapado de la ruina. Ser leal no exime de ser crítico, al contrario. Obliga a serlo, pero de frente y a los ojos. Es parte de ese posicionamiento moral que lo hace incómodo. Si se puede elegir, eso sí, prefiero ser «leal» que simplemente «fiel». Por mucho que diga la RAE.
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