Reivindicar el legado cultural judío de Occidente, para quien quiera tener una perspectiva mínimamente crítica, es con toda claridad una obligación moral. Los judíos fueron ... durante demasiado tiempo los excluidos de la historia, los que miraban desde fuera y eran capaces de ver las costuras de una cultura, la occidental, que se ha creído a sí misma como el culmen de la civilización. Walter Benjamin y la Escuela de Frankfurt constituyen una buena muestra de esa capacidad de ver lúcidamente, como herencia de la mejor tradición judía europea. Un estudioso como Hans Mayer lo explicó muy bien allá por mediados de los años 70 en su estudio Historia maldita de la literatura: la mujer, el homosexual, el judío, publicado por Taurus en castellano al poco de su edición original alemana. Entre nosotros, la intolerancia sempiterna de los herederos de la Inquisición habló negativamente de esa herencia en la Historia de los heterodoxos españoles, de don Marcelino Menéndez Pelayo. No se puede olvidar.
Lo que ocurre hoy en Gaza nos horroriza, nos conmueve y nos llena de una impotencia casi imposible de superar. Que los herederos de las viejas víctimas del Holocausto (la Soah) se conviertan en verdugos, en un brutal genocidio que ya tiene más de 55.000 muertos en veinte meses no puede más que llevar al espanto. Y la existencia del atroz terrorismo de Hamás no es capaz de justificar la exponencial multiplicación del horror. Es como si la existencia de ETA hubiera legitimado el bombardeo y la reducción a escombros de todo el País Vasco. La justificación inmisericorde de la brutalidad. Los anuncios macabros de transformación de Gaza en un resort de lujo, con la expulsión, o la desaparición de los palestinos, no deja de recordar a una ya sabida «solución final», ahora al problema palestino.
Reconociendo el horror, Alemania se niega a adoptar ahora medidas frente a Israel, como consecuencia de su histórica culpabilidad en el Holocausto. Fue precisamente el filósofo judío-alemán Walter Benjamin el que mostró que la historia de las víctimas no es lineal sino discontinua. Nadie tiene el carnet de víctima por siempre, aunque los judíos lo tuvieran demasiado tiempo legítimamente en una historia de pogromos y humillaciones, hasta el colmo de los campos de exterminio. Sin embargo, la historia nos muestra que es usual que las víctimas se conviertan en verdugos y que su venganza genere una espiral de violencia sin fin. Así, la historia del siglo XX podría leerse como una concatenación de humillaciones y conflictos. De la Gran Guerra salió humillado el pueblo alemán y en ello estuvo también el embrión de la II Guerra Mundial. La. barbarie nacionalsocialista resultante de aquella humillación organizó la planificación del exterminio judío, que luego sería utilizada para legitimar la creación del Estado de Israel en Palestina, acallar los suplicios del pueblo palestino, ocultando la Nakba (la expulsión ilegal e ilegítima de los palestinos), y para minimizar la humillación árabe. En esa humillación se alimentó y anidó la crisálida del radicalismo y el fundamentalismo islámicos, que dieron lugar al 11S en Nueva York. El líder sudafricano Nelson Mandela lo sabía muy bien cuando después de haber sido víctima de la tortura y de la cárcel en el apartheid dijo al ser liberado y alcanzar el poder: «Si no dialogas con este hombre (su antiguo torturador), el país arderá en llamas y, en los años venideros, quedará sumido en ríos de sangre».
¿Cómo parar el horror? Las imágenes que llevan desfilando estos veinte meses se convierten en un tedio, en un golpeteo persistente y consabido, que duele y aburre. Denunciar hoy a Israel no es antisemitismo, aunque sí antisionismo, que es muy otra cosa (el sionismo fue otro tipo de «solución final» para expulsar a los judíos de nuestras sociedades europeas), pero en todo caso es un acto de justicia y de pura humanidad. No puedo dejar de volver a Walter Benjamin, quien construyó toda su filosofía sobre la perspectiva de las víctimas, de los oprimidos, «Solo por nuestro amor a los desesperados, conservamos todavía la esperanza». En mi humilde opinión, en saber responder o no a esta tragedia, Occidente, si aún existe Occidente, se está jugando su credibilidad de futuro. Ojalá que no sea demasiado tarde.
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