Ana de Jesús, ante el sepulcro de Santa Teresa en Alba (Padres Carmelitas. Medina del Campo).
Opinión

Sube a los altares Ana de Jesús, una medinense de vanguardia

Este domingo será beatificada en Bruselas la monja carmelita nacida en Medina del Campo en 1545 Ana de Jesús Lobera, la «gran capitana de las prioras» de Teresa de Jesús

Javier Burrieza

Viernes, 27 de septiembre 2024, 20:46

Este 29 de septiembre será beatificada en Bruselas la monja carmelita nacida en Medina del Campo en 1545, Ana de Jesús Lobera. Los historiadores estamos ... prestando gran interés a la historia de las mujeres. No nos podemos olvidar de esta gran compañera de Teresa de Jesús, llamada precisamente por ella como la «gran capitana de las prioras». Las carmelitas de las primeras generaciones configuran un capítulo más que relevante. Entre las seguidoras iniciales de la santa reformadora encontramos notables lectoras y escritoras, amén de fundadoras y viajeras, mujeres que con sus ideas y experiencias, y con el modo de contarlas, construyen también la Europa de su tiempo. Ana de Jesús fue una mujer de vanguardia.

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Nos toca muy de cerca por haber nacido en Medina del Campo, villa de referencia en la Monarquía de España del siglo XVI. Medina era un escenario privilegiado para nacer en 1545 aunque ya no se encontraba en el mejor momento de sus circuitos comerciales, monetarios y de mercancías, en su capacidad de realizar negocios. Muy pronto, en su infancia sufrió orfandad, y fue completa con la muerte de su madre cuando tenía nueve años. Quedó al cuidado de sus abuelas, primero con la paterna en Medina y después con la materna en Plasencia.

Con un hermano jesuita, Ana de Jesús –que fue su nombre de monja–, entró en 1569 en el convento de San José de Ávila. Allí conoció muy pronto a Teresa de Jesús cuando ya se encontraba en pleno periplo fundacional. Ella también se iba a convertir en una monja de caminos. En su propio noviciado fue trasladada a Salamanca. En el viaje, se detuvieron en Mancera y conoció a un joven que había estudiado y vivido en Medina también, fray Juan de la Cruz. La profesión religiosa la pronunció en 1571. La madre Teresa se la llevó a Beas de Segura, cruce de caminos aunque todavía alejado para nosotros, en la actual provincia de Jaén, donde se la encomendó el priorato. Se volvió a encontrar, en 1575 y como confesor, con fray Juan de la Cruz y ambos fundaron el convento de Granada, adonde no iba a poder llegar la Madre. Una relación de trabajos que condujo al poeta místico a dedicar a Ana de Jesús su comentario al «Cántico Espiritual». Culminó también otro de los horizontes fundacionales más deseados de su «Madre» ya fallecida: el convento de Madrid en la Corte de su «Majestad Católica», con el oficio de priora. Allí habría de vivir hasta 1594 en un momento en que los carmelitas descalzos se configuraron como una orden independiente y donde también se desarrollaron importantes controversias en sus líneas de actuación, una más contemplativa y rigorista y otra más misionera. Ese es un debate que va a sufrir Ana de Jesús tratando de custodiar junto con otros lo que consideraban la esencia del legado teresiano. Fue también fundamental para la publicación de la primera recopilación, no completa, de las obras de la madre Teresa. Para ello será necesario rescatar de la Inquisición el autógrafo del Libro de la Vida y entregárselo a fray Luis de León, el cual publicó en Salamanca y en 1588 la primera edición de estas obras.

Un último gran capítulo de la existencia de Ana de Jesús fue la expansión del Carmelo con sus monjas y conventos, por Francia y los Países Bajos, tan implicados en los grandes conflictos de Europa. Para el primer escenario, desde 1604, no contó con los frailes carmelitas. El 15 de octubre se encontraban en París. Volvió a ser «capitana de las prioras», prosiguieron por Pointoise, Dijon, camino hacia Bruselas donde abrió la fundación en enero de 1607. En este ámbito flamenco, gobernado por la hija de Felipe II, la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, se encontró con dos frailes carmelitas que habían vivido las mencionadas persecuciones incluso de sus superiores, el vallisoletano fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios y el que había sido fundador de Batuecas y autor de la segunda Vida de santa Teresa, fray Tomás de Jesús. Las siguientes fundaciones fueron en Lovaina y Mons.

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La importancia de esta monja medinense, por espacio de cincuenta años en el Carmelo descalzo hasta su muerte en 1621, es fundamental, con una relación estrechísima con la «Santa» –«traté con tanta familiaridad que de vista y por escrito de su propia letra, supe casi todas sus cosas»–, aunque tampoco estuvieron ausentes los problemas. Se mostró muy cercana al ámbito poético espiritual de san Juan de la Cruz, fallecido prematuramente en 1591. Fue, sin duda, una mujer de letras, de contactos, conocedora del modo de resolver problemas de calado. Además propagó las obras de la gran mística abulense en los espacios europeos de expansión, sin estar ajena a los proyectos de Alemania y Polonia. Una medinense de proyección internacional que murió cuando la Iglesia se encontraba en vísperas de elevar a los altares a su amada madre Teresa. Hoy ha tardado mucho esta misma Iglesia en reconocer la heroicidad de su vida. Quizás el Papa con su presencia en la beatificación, ha querido reparar un olvido que no debe prolongarse más para ella, ni para alguna de sus compañeras. ¡Una compañía de mujeres realmente increíble!

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