Lo insignificante
Crónica del manicomio ·
«Identificamos el poder con rango, con riqueza, con autoridad, olvidando que lo menor, lo silencioso o lo modesto no son precisamente algo trivial y carente de fuerza, sino una fuente constante de energía y voluntad»La enjundia de lo insignificante nos sorprende muchas veces. En su sentido académico alude a lo irrelevante y carente de importancia, pero por su contenido ... estético, e incluso ético, admite también un elogio oportuno y sincero. Pocas palabras como esta comparten la antítesis en su interior sin ningún esfuerzo.
En general, todo lo que desprende poder y reconocimiento nos atrae de una manera casi ciega y le damos un valor particular. Enseguida identificamos el poder con rango, con riqueza, con autoridad, olvidando que lo menor, lo silencioso o lo modesto no son precisamente algo trivial y carente de fuerza, sino una fuente constante de energía y voluntad. No hay que menospreciar la relevancia de lo sencillo y aguado, aunque cueste demostrarlo.
En el siglo pasado algunos filósofos, como Gianni Vattimo o Jacques Derrida, dieron una especial importancia al 'pensamiento débil' y a la 'deconstrucción'. Estos conceptos, acuñados para defendernos de la violencia inherente a lo dogmático, fueron a menudo desautorizados y confundidos como componentes negativos del nihilismo y el relativismo. Contagio que no asusta a los amantes de lo insignificante, que son siempre partidarios de la relatividad y de encontrar un punto de nada y de vacío en cada circunstancia. En su compañía, precisamente, aprendemos a defender lo frágil, lo disuelto, lo difuminado, lo transparente.
Sin embargo, la mayor parte de las personas pasan por encima de lo insignificante y pisotean su verdad. No les interesa todo aquello que no conduzca en dirección a su propio pódium, al que se encaraman en cuanto pueden. Pero de este modo se equivocan y confunden la escala de valores que rige el arte y la moral.
Insignificante es lo cotidiano, lo que nos sostiene, lo que no tiene precio porque se nos ofrece gratuito. Es el plancton de la vida. Es el punto de neutralidad casi infeliz que alimenta las cosas más importantes que nos suceden. Es ese grano de desazón y pesimismo que da sabor a cuanto acontece; ese ingrediente que en su ausencia todo se vuelve anónimo, vacuo e insípido.
Por si fuera poco, lo insignificante nos remite a lo carente de significación, es decir, a todo aquello que nos ayuda a poner en entredicho las ambiciones permanentes de la interpretación. La insignificancia nos aleja del intérprete, que es como decir que nos ponemos a distancia de las personas encaprichadas con todas las formas de poder y de opresión. Suavizar, rebajar, debilitar o deconstruir la interpretación es dar la espalda a las tentaciones de la paranoia, del maniqueísmo y de los binarismos de cualquier especie. Es una invitación a vivir entre líneas y a no caer en los excesos de identidad ni refugiarse tras los escudos del nacionalismo o de cualquier abuso de la importancia. Es un propósito de paz que habitualmente pasa desapercibido.
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