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José Ibarrola

Las ingenierías como antiguo mito

«Las ingenierías han perdido glamur, frente a grados en Física o Matemáticas»

sergio plaza cerezo

Jueves, 9 de junio 2022, 00:03

Érase una vez un país donde un pensador sentenció: «Que inventen ellos». Miguel de Unamuno también fue muy crítico con la obsesión hispánica por las ... oposiciones. Me acaban de referir el caso de un señor de sesenta años, empleado en el sector privado, que estudia con ahínco para sentar plaza como ordenanza en cierto organismo público madrileño. John Kennedy les dijo a los electores que se preocuparan acerca de aquello que pudieran hacer por su país. Por el contrario, los españoles nos preguntamos en qué puede ayudarnos el Estado. La presencia en la Corte de aspirantes a vivir de una renta era tema recurrente en la literatura del Siglo de Oro. Exportamos esta cultura a Latinoamérica; y así les fue.

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Que México perdiera la mitad de su territorio a manos del competitivo vecino del norte simboliza tantos fracasos. Cuales admiradores de los extranjeros que sí inventaban, desarrollamos nuestros complejos atávicos. Así, el Bachillerato de ciencias era rito iniciático para engrosar una élite subliminal en el instituto. Algún tiempo después, estos estudiantes se encontraban con algún compañero de Secundaria para pavonearse: «Mi carrera no es de hincar codos».

Las ingenierías eran el no va más: un mito de España. Y, antes de la hegemonía de 'teleco', el desarrollismo de los años 60 endiosó a 'Caminos', versión coloquial de título grandilocuente traducido del francés: ingeniero de caminos, canales y puertos. Como España inventa poco, desde su posición en la periferia europea, importamos el modelo napoleónico de escuelas superiores. Y la cosa no fue mal: cuando los Florentino Pérez de turno acuden con sus constructoras a licitaciones internacionales, los medios foráneos hablan con humor respetuoso de la «Armada española». La carrera elegida jerarquizaba, frente a Estados Unidos, donde ciertas universidades de élite otorgan pedigrí, independiente del área de conocimiento.

La barrera entre peritos –futuros ingenieros técnicos (eufemismo)– 'versus' ingenieros superiores era insalvable. ¿Recuerdan la saga de 'La gran familia' (1962)? Unas películas incorporadas a la memoria afectiva. El orgullo del patriarca –aparejador interpretado por Alberto Closas–, cuando su hijo mayor realiza el sueño frustrado del padre: ser arquitecto.

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La sentencia de «pocos serán los elegidos» podía aplicarse a los alumnos de ingeniería superior, puesto que una mayoría de primerizos caía en combate. Ahí aparecía al rescate la teoría del segundo óptimo. «El que vale, vale; y el que no, a Económicas», rezaba un dicho. En el campo de la Economía Cuantitativa proliferaban los denominados 'rebotados', incluidos muchos académicos. Me hablaban de un profesor que, tras dos años fallidos como estudiante en Aeronáuticos, les dijo a sus alumnos, con la fe del converso, que si alguno sacaba matrícula de honor en su asignatura, le pondría un negocio al acabar la carrera.

Las ingenierías han perdido glamur, frente a grados en Física o Matemáticas. Muchos padres no se lo creen: «Mi hijo estudia una ingeniería y aprueba todo por curso» –antes solía prolongarse sine die–. ¿Por qué han desaparecido los 'rebotados'? Existen dos razones: una demográfica y otra institucional. Las escabechinas en las escuelas superiores se cebaron con la cohorte más numerosa: aquellos nacidos en los años 60 y primeros 70. En esta España envejecida, los chiringuitos habrían tenido que cerrar ante filtro tan selectivo.

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Los cambios introducidos por el sistema de Bolonia explican el 'declive'. Los antiguos peritajes quedan encuadrados en los grados actuales. En teoría, la realización de un máster otorgaría equivalencia con los extintos ingenieros superiores. Una barrera mucho menos infranqueable que la existente en el sistema anterior. Los programas de posgrado por debajo del doctorado tienen tradición escasa en España. La razón estriba en que veníamos de unas carreras fuertes de base, cursadas por licenciados, arquitectos e ingenieros superiores.

El país se ha inundado con programas de máster que compiten entre sí; pero dentro de un mercado pequeño, como el español, cuya clientela potencial es reducida a pesar de la internacionalización. Gran Bretaña ha abandonado la Unión Europea; pero el continente destierra su idiosincrasia universitaria, tan influida por la Francia enciclopédica, a cambio de un injerto anglosajón. Los grados suaves y generalistas ('bachelor') se prolongan con posgrados exigentes en Estados Unidos, antesala de una profesión. Sin embargo, nuestros graduados salen menos formados que los licenciados de antaño y el modelo emergente de máster –o maestría– no acaba de cuajar. En todo caso, estos cursos proveen un barniz.

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