La influencia
Crónica del manicomio ·
«Nos pasamos la vida creyendo ser artífices de nuestra vida cuando en realidad sólo ponemos la materia prima que otros nos trabajan. Pero esto lo descubres muy tarde, cuando ya pocas cosas nuevas te pueden inculcar»La influencia que adquieren las prácticas y los discursos durante la infancia es imprevisible. Hay ideas y normas que se graban a fuego y ... permanecen indelebles toda la vida, mientras que otras, que por su seriedad y repetición parecían llamadas a persistir, se esfuman rápidamente.
Si juzgo por mí mismo, diré que incurrí en apostasía en 1964. Pocos días después de ingresar en la universidad y despedirme de once años de educación con los jesuitas, abandoné –o mejor, me abandonó a mí, pues la fe es una concesión gratuita– todo arraigo religioso. Lo relativo a los dogmas o los sacramentos se diluyó sin duelo ni crisis de conciencia, cuando todo hacía presagiar lo contrario, pues llevaba a mis espaldas mucho tiempo de misa diaria obligatoria –incluidos sábados y domingos–, rosario vespertino –también diario–, y novena durante el mes de mayo para agasajar entre flores primaverales a la Madre de Dios.
Quizá los motivos para esta deserción sean sencillos y para explicarlos baste pensar simplemente en el hartazgo. Pero lo que sorprende es que las cosas en apariencia más serias resultaran volátiles, cuando otras más relativas se incrustaban en el espíritu. Porque nunca he conseguido despegarme, y lo que es peor, ni lo he querido, de ciertos ropajes y desvelos jesuíticos, como la idea de hacerse a sí mismo, de cultivar una reserva diplomática, de ser competitivo o de guiarme por cierto elitismo. Las cuestiones prácticas y de carácter personal demostraron haber echado más raíces que las propiamente doctrinales.
Con el paso de los años se abren dos caminos ante uno: o coges una tontería ñoña y abuelada o te recreas en una lucidez amarga sobre el pasado. Si ruedas por esta segunda cuesta, observas cómo toda la vida pretérita, que creías determinada por tus propias decisiones, ha sido gobernada casi enteramente por los demás y las circunstancias. Donde creías que tú dirigías el carro resulta que el entorno había trazado el camino en tu cabeza y abierto las calles que conducían a tu destino.
Nos pasamos la vida creyendo ser artífices de nuestra vida cuando en realidad sólo ponemos la materia prima que otros nos trabajan. Pero esto lo descubres muy tarde, con la edad, cuando ya pocas cosas nuevas te pueden inculcar. En eso consiste la lucidez agria que traía a cuento, en esa conciencia de haber sido un muñeco en manos de las personas que te engendraron, te rodearon y te quisieron.
A esa construcción ajena lo llaman ahora performatividad. Antes hablábamos de influencias sin más, porque pensábamos que el papel de los otros, aunque importante, era superficial. Hoy el peso fuerte cae de su lado y nos referimos a él como perfomativo, mientras que la influencia, más superficial, es la que cae en nuestro campo. Ellos nos performatizan, mientras que nosotros simplemente nos influimos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión